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Gilbert Keith Chesterton

Escritor inglés, converso a la fe católica, luego de una juventud marcada por el agnosticismo.

Chesterton
Obra literaria recomendada

Hombrevida (“Manalive”; 1912)

Reseña

En esta novela, que muchos consideran una descripción que Chesterton hace de sí mismo −o al menos de quien ansía ser−, se narran las peripecias de un hombre singular, llamado Inocencio Smith, nombre para nada arbitrario, pues el “Inocencio” hace referencia a la sencillez del personaje, al cual todo lo simple de la vida y del mundo le asombran, como ocurre con los niños; mientras que el apellido “Smith”, tan común en el mundo angloparlante, tal vez quiera significar que cualquiera puede llegar a ser semejante al protagonista principal, si se recupera la infancia perdida luego de la entrada a la adultez, donde la existencia se hace excesivamente seria, solemne y cargada de preocupaciones.

Un extracto de la obra

Marco introductorio: Inocencio Smith es acusado de asesinato, pero resulta que esos asesinatos nunca los llegó a cometer. Así en la segunda parte de la obra, en el capítulo primero, Chesterton detalla la visita de Smith, siendo alumno del prestigioso colegio Brakespeare, al regente del mismo, un acreditado filósofo pesimista, el doctor Emerson Eames, a quien Inocencio sinceramente apreciaba, y al cual “invita” a reconocer el error de su nihilismo y de su apego a la nada más que a la vida… apuntándole con un arma en la cabeza. La inminencia de la muerte hace ver al filósofo que vivir no es tan malo. Smith -o sea, Chesterton- identifica al nihilista con el “Hombre moderno” que de tanto desapego a esta vida considera nada a la siguiente, hasta que se encuentra frente a la muerte. El singular encuentro es relatado así por nuestro “Testigo y Maestro”:

“Smith alzó con alivio los ojos desde los lucientes charcos de abajo hacia los cielos lucientes y hacia el gran bulto negro del colegio. La única luz, fuera de la de las estrellas, brillaba al través de una cortina color verde azulado, en la parte superior del edificio, señalando el sitio en que el doctor Emerson Eames trabajaba siempre hasta que amanecía, y recibía a sus amigos o alumnos preferidos, a cualquier hora de la noche. En efecto, a su departamento se encaminaba el melancólico Smith. Smith había estado en la conferencia del doctor Eames durante la primera mitad de la mañana, y en las prácticas de tiro y sala de esgrima, durante la segunda mitad (…) Luego, al volver a su casa y a sus cosas, se acordó de la excentricidad de su amigo y maestro el Regente de Brakespeare, y resolvió desesperadamente dirigirse al domicilio privado de aquel caballero.

Emerson Eames era un excéntrico bajo muchos conceptos, pero su trono en filosofía y metafísica era de una eminencia internacional; la universidad mal hubiera podido privarse de él, y, por otra parte, un sabiondo no tiene más que perseverar con cualquiera de sus malos hábitos, durante un tiempo suficientemente largo, para verlos incorporados a la Constitución Británica. Los malos hábitos de Emerson Eames consistían en quedarse levantado toda la noche y dedicarse al estudio de Schopenhauer (…)

— Vine, contra las reglas, a esta hora intempestiva (…) sabiendo que es usted la mayor autoridad viviente en lo que se refiere a pensadores pesimistas (…)

El doctor Eames había vuelto la cabeza (…) y se había encontrado mirando un agujerito negro y redondo, rodeado de un circulito hexagonal de acero, con una suerte de púa irguiéndose encima. El agujerito parecía a su vez mirarle a él fijamente como un ojo de hierro. Durante aquellos instantes eternos en que la razón queda aturdida ni siquiera supo qué cosa era. Luego vio detrás, el tambor de varios compartimientos y el gatillo levantado de un revólver, y, tras eso, el rostro encendido y algo pesado de Smith, aparentemente inalterado (…)

Emerson Eames retrocedió hacia la ventana.

– ¿Me quiere matar? —exclamó.

– Esto no lo haría por cualquiera —dijo Smith emocionado—; pero parece que usted y yo, esta noche, nos hemos puesto, no sé cómo, tan íntimos… Ahora conozco todas sus penas, y su único remedio, viejo.

— ¡Deje eso! —gritó el regente.

— Es cuestión de un momento, ¿sabe? —dijo Smith con aire de dentista compasivo. Y como el regente se precipitara hacia la ventana del balcón, su bienhechor lo siguió con paso firme y expresión de lástima. (…)

— (…) usted es un tipo muy simpático, aficionado a proferir disparates infectos, y yo lo quiero como a un hermano. Así que dispararé todos los cartuchos alrededor de su cabeza, de tal manera que no le hiera (le será grato saber que soy buen tirador), y, después, entraremos y nos desayunaremos.

Soltó dos balas al aire, que el profesor soportó con firmeza singular diciendo luego:

— Pero no las dispare todas.(…)

— Me propongo guardar esas balas para los pesimistas… píldoras para la gente pálida. Y de esta manera quiero recorrer el mundo como una maravillosa sorpresa, flotar tan ociosamente como las pelusas de los cardos, y llegar tan silencioso como el sol naciente; no ser más esperado que el trueno, no ser más recordado que la brisa moribunda […] Quiero que mis dos dones lleguen vírgenes y violentos: la muerte y la vida después de la muerte. Voy a apuntar mi pistola a la cabeza del Hombre Moderno. Pero no la usaré para matarlo, sólo para traerlo a la Vida (…) lo que quiero decir es que pesqué una vislumbre del sentido de la muerte y todo eso (…) el memento morí [que] no tiene tan sólo el fin de recordarnos una vida futura, sino de recordarnos también una vida presente”.

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