Espiritualidad

"La espiritualidad conforma un modo personal y colectivo de expresar la experiencia del Misterio de Dios"

Fr. Dr. Aníbal E. Fosbery O.P., "La espiritualidad de Fasta"

7 de marzo

“La vida espiritual del Aquinate estuvo signada por la Santa Misa y la adoración Eucarística. Desde la fuente inagotable que es Dios mismo presente en el Santísimo Sacramento fue capaz de hacer teología para dar razones de su fe y a la vez ponerse en diálogo con los hombres de su tiempo”.

(Pbro Juan Sebastián Vallejo Agostini)

Para reflexionar sobre 750 años de la muerte de Santo Tomás de Aquino

El atributo del sol

Entre los atributos que adornan la imagen del Doctor Angélico en sus diversas pinturas o esculturas podemos destacar la paloma susurrándole al oído, el birrete doctoral o el capelo que cubre su cabeza, el sol en el pecho, la hostia, el copón o el ostensorio en la mano, la maqueta de un templo apoyada en la mano, dos alas angelicales y el crucifijo con una banderola en la que leemos la inscripción “Bene scripsisti de me, Thoma…”[1]. Aunque esté lejos de ser exhaustiva, esta enumeración nos permite poner de manifiesto el hecho de que no sería posible, ni aún deseable, que la totalidad de los atributos propios de la iconografía de nuestro santo se encuentren simultáneamente en una misma obra. Evidentemente, son las pinturas las que se prestan mejor a un elenco más completo de atributos pudiendo incorporar, a la vez, figuras de diverso relieve, tanto del ámbito religioso como del secular. Baste con recordar, a este respecto, el “Triunfo de Santo Tomás de Aquino” de Benozzo Gozzoli, quien, habiéndose inspirado en el de Francesco Traini, destaca el motivo del sol[2].

A imagen de Santo Domingo

Cuando observamos el sol en el pecho de santo Tomás de Aquino, pensamos inmediatamente en la luz y el calor que irradia su enseñanza sobre la Iglesia. Según el testimonio de fray Alberto de Brescia en el proceso napolitano de su canonización, el apelativo “luz de la Iglesia” le fue atribuido el mismo día de su muerte por san Alberto Magno, quien habría conocido el hecho por revelación divina. Relata el testigo que, sentado a la mesa en el refectorio, san Alberto irrumpió repentinamente en lágrimas diciendo: “Os digo graves rumores, que el hermano Tomás de Aquino, mi hijo en Cristo, que fue luz de la Iglesia, ha muerto…”[3]. Este bello testimonio pone de manifiesto por qué los frailes dominicos vemos realizado de un modo singular en santo Tomás el significado de la aclamación “Oh, luz de la Iglesia” con la que saludamos a nuestro padre santo Domingo de Guzmán al final de la oración de completas. De hecho, es la santidad tal como la encontramos plasmada en el primero, la que nos permite reconocer mejor lo que santa Catalina de Siena, teniendo en mente el inicio del Evangelio de Juan, decía del segundo: “Él asumió el oficio del Verbo, mi Hijo unigénito. Hasta parecía un apóstol en el mundo, tanta era la verdad y la luz con las que difundía mi palabra, disipando las tinieblas y dando luz…”[4].

Las palabras de esta santa dominica, doctora de la Iglesia, nos recuerdan, por una parte, que el oficio del Verbo en nuestros corazones responde a su modo de ser en la vida íntima de Dios Trinidad donde, procediendo del Padre como su Palabra, espira el Amor. En efecto, la misión invisible del Verbo no se verifica en cualquier iluminación intelectual, sino en aquella que prorrumpe en el afecto de la caridad[5]. Siguiendo el modelo de santidad ideado por santo Domingo, santo Tomás asumió este mismo oficio convirtiéndose en un “verdadero sol de nitidísima luz para las inteligencias y de calor fecundante para los corazones”[6]. Este aspecto del símbolo del sol fue puesto de relieve por León XIII, en la encíclica Aeterni Patris, publicada el 4 de agosto de 1879, día en que se celebraba entonces la memoria de santo Domingo[7]. Sobre este mismo significado del atributo insistiría, después, el papa Pío XI en su encíclica Studiorum ducem, del 29 de junio de 1923, con motivo del sexto centenario de su canonización, diciendo que el Aquinate fue: “un modelo acabado de santidad y de ciencia, simbolizado por el sol resplandeciente sobre su pecho, que ilumina las inteligencias con su luz e inflama las voluntades con el calor de sus ejemplos y de sus virtudes”[8].

Por otra parte, la emblemática frase de santa Catalina nos invita a reconocer a santo Tomás como un sol que ilumina con su luz potentísima no solo a la Iglesia, sino también al mundo entero, a la cultura sagrada tanto como a la secular. Este aspecto del simbolismo de la luz fue expuesto in extenso por san Pablo VI en un célebre documento que comienza con las sugestivas palabras: “Lumen Ecclesiae atque mundi universi”, escrito con ocasión del séptimo centenario de su muerte, el 20 de noviembre de 1974[9].

Sol de la Iglesia y del mundo entero

En su Introducción a Tomás de Aquino, Joseph Pieper decía que, en el siglo XIII, los ámbitos de la fe y de la razón podían ser identificados a partir de dos palabras clave, la Biblia y Aristóteles, recordando, a la vez, que se presentaban como dos terrenos a punto de excluirse mutuamente, “dos extremos aparentemente opuestos de forma inevitable, en cuya conjunción reconoció Tomás su tarea vital…”[10]. Para graficar este desafío colosal, el ilustre filósofo alemán recurría a una bella imagen de la mitología griega que nos permite reconocer mejor por qué, desde entonces, la luz del Sol de Aquino brilla esplendorosa sobre la Iglesia y el mundo:

Para describir la tarea intelectual con la que se encontró Tomás y que él se propuso acometer, hemos utilizado la imagen del ‘arco de Ulises’, cuyos extremos eran tan difíciles de aproximar que para ello se necesitaba una fuerza casi sobrehumana[11].

La fuerza descomunal de la inteligencia del Angélico Doctor, “de una vastedad, precisión y energía clarificadora del pensamiento que muy raramente pueden encontrarse en la historia del espíritu humano”, le permitió unir los extremos de Aristóteles y la Biblia, reconduciendo hacia su armonía definitiva una fuente interminable de dificultades y antinomias. Pieper precisaba, en fin, que el Aquinate supo realizar esta conciliación y armonización “de modo legítimo”, es decir:

de tal forma que, en primer lugar, se siguiera reconociendo la diferencia y también la irreductibilidad, la relativa autonomía, el derecho propio de ambos campos y que, en segundo lugar, se pusiese de manifiesto su unidad, su compatibilidad y la necesidad de su concordancia, no a partir de uno de sus miembros […], sino volviendo a una raíz más profunda[12].

¿Dónde encontró el Aquinate esta raíz común a Aristóteles y a la Biblia, a la filosofía y a la teología? El papa Benedicto XVI sugería la respuesta a este interrogante en la segunda de las catequesis que le consagró en el año 2010, al mostrar que el lugar de la convergencia y concordancia de la filosofía y la teología en su vida y en su enseñanza fue, en definitiva, el mismo “Logos divino, fuente de toda verdad, que actúa en el ámbito de la creación y en el de la redención”[13]. Porque asumió el oficio del Verbo, santo Tomás encontró en Él la fuente inagotable de esa luz que irradia sobre los ámbitos de la fe y la razón, de la cultura sagrada y la profana, delineando con precisión sus contornos propios y describiendo con claridad sus puntos de convergencia y la armonía natural que existe entre ellos, en correspondencia con la que se verifica entre los ámbitos de la naturaleza y de la gracia.

Podemos ver reflejadas las líneas maestras del conjunto de nuestras consideraciones en el “Triunfo”, en tres registros, de Benozzo Gozzoli, al que nos hemos referido al iniciar esta ponencia. En el registro central, santo Tomás, con el sol en su pecho, tiene como trono un sol que lo rodea y envuelve. En su regazo, observamos varios libros abiertos sobre los que sostiene la Summa contra gentes. De estas obras salen rayos que iluminan a Platón y a Aristóteles, situados respectivamente a su izquierda y a su derecha, y a Averroes quien, rendido a sus pies, se dispone a cerrar el libro que tiene entre manos. Un tercer sol, en el registro superior, contiene a Cristo bendiciendo con su mano derecha al mundo al que sostiene con su mano izquierda. Debajo de este sol divino se encuentran, formando dos columnas, autores inspirados que simbolizan el conjunto de la revelación bíblica. Nombrados de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo, ellos son el apóstol Pablo y Moisés, Juan y Mateo, Marcos y Lucas. Finalmente, en el registro inferior vemos una asamblea solemne y fastuosa de eclesiásticos y laicos, presidida por el papa Juan XXII[14]. Recibiendo la luz de Cristo, “Oriens ex alto” (Lc 1, 78), que resplandece en los escritores sagrados y en los grandes filósofos del pasado, la luz del Sol de Aquino brilla sobre la Iglesia y sobre el mundo entero.

Como la luz del sol a mediodía

No desconocemos que, para algunos de nuestros contemporáneos, como para tantos otros que los precedieron, la compaginación intelectual y existencial de la fe con la razón obrada por santo Tomás, aun cuando pueda haber sido un auténtico logro para su tiempo, no sería en la actualidad más que un ejemplo a imitar entre otros. Al inicio de la carta Lumen Ecclesiae, Pablo VI salía al encuentro de esta opinión, confirmando lo primero y rectificando lo segundo. Para ello, recurría a las figuras del “fastigio” y del “quicio” con las que simbolizaba respectivamente la cumbre de una corriente de pensamiento y el eje que, permitiendo el giro necesario, se convirtió en garantía de todo progreso saludable.

Decía, en efecto, que “por disposición de la divina Providencia, fue puesto por Sto. Tomás el fastigio supremo de toda la teología y filosofía ‘escolástica’, como se la llama comúnmente”, es decir, del pensamiento filosófico y teológico característico de su época. Pero añadía inmediatamente, para evitar todo malentendido, que con sus obras “fue fijado en la Iglesia el quicio primario en torno al cual, entonces y después, la doctrina cristiana ha podido girar y gozar de un seguro crecimiento”[15]. Volvemos a encontrarnos aquí la convicción expresada con insistencia por Pierre Roger en el panegírico de la primera fiesta del santo doctor; una convicción forjada en la experiencia de la continua oposición a su enseñanza, que recuerda las palabras del Evangelio de Juan sobre las tinieblas resistentes a la Luz (Jn 1, 5). Esta convicción se encuentra condensada en la siguiente frase del sabio monje medieval: “Vemos por experiencia que la doctrina de este santo ‒que se dice doctrina común‒ aunque fue impugnada con fuertes argumentos, permanece siempre y crece por los siglos de los siglos”[16].

Nosotros también podemos constatar, al inicio de este gran jubileo en honor del Sol de Aquino, que la luz con la que brilla sobre la Iglesia y el mundo, lejos de ser débil como la de un ocaso, “es clara como la luz del sol al mediodía” (Is 18, 4). Es esta luz, comparada a la del astro en su cenit, la que los frailes dominicos de Córdoba anhelamos que resplandezca sobre los fieles de nuestra basílica al contemplar el atributo del sol colocado en el pecho de nuestra humilde imagen del santo, con ocasión del séptimo centenario de su canonización.

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[1] Ver otros atributos en: J. Hernández Díaz, Iconografía de Santo Tomás de Aquino, en: Boletín de Bellas Artes, 2 (1974) 162-183.

[2] Para su descripción, ver A. Pérez Santamaría, “Aproximación a la iconografía y simbología de Santo Tomás de Aquino”, en: Cuadernos de Arte e Iconografía, 5 (1990) 31-54 (32-33).

[3] M.-H. Laurent (ed.), Fontes vitae S. Thomae Aquinatis. Fasciculus IV: Processus Canonizationis S. Thomae, Napoli (Revue Thomiste, Saint Maximin [Var], 1931), p. 265-406 (358). Las traducciones al español son de nuestra autoría.

[4] Santa Catalina de Siena, Dialogo della Divina Provvidenza, ESD, Boloña, 1989, p. 433-434.

[5] ST I, q. 43, a. 5, ad 2; cf. In Io., cap. 6, l. 5.

[6] Cf. S. Ramírez, Introducción a Tomás de Aquino, ed. BAC, Madrid, 1975, p. 219.

[7] Cf. León XIII, Enc. Aeterni Patris, en: ASS 12 (1879) 97-115 (108).

[8] Pío XI, Enc. Studiorum ducem AAS 15 (1923) 309-326 (310).

[9] San Pablo VI, Ep. Lumen Ecclesiae, en: AAS 66 (1974) 673-702.

[10] J. Pieper, Introducción a Tomás de Aquino. Doce lecciones, ed. Rialp, Madrid, 2005, p. 134.

[11] Ibid.

[12] Ibid., p. 136.

[13] Benedicto XVI, Audiencia general, 16.06.2010. Disponible en: https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2010/documents/hf_ben-xvi_aud_20100616.html 

[14] Se trata, probablemente, de la asamblea del 18 de junio de 1323, en la que santo Tomás fue canonizado, aunque podría representar, también, otra asamblea reunida en Aviñón, cuatro días antes de la canonización, en la que Juan XXII pronunció las palabras que aparecen sobre su cabeza en el Triunfo. Cf. A. Pérez Santamaría, Aproximación a la iconografía, p. 32-33.

[15] San Pablo VI, Enc. Lumen Ecclesiae, 13, 1 (AAS) 686.

[16] M. H. Laurent, Pierre Roger, p. 168.

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Fuente: JUÁREZ, Fray Guillermo F. A. OP. “El atributo del sol en la iconografía de santo Tomás de Aquino”, ponencia presentada en XLVII Semana Tomista. El legado de Santo Tomás de Aquino a 700 años de su canonización, 14 de septiembre de 2023. Texto completo aquí.

Queridos milicianos:

Este 7 de marzo estamos recordando los 750 años de la muerte de nuestro santo Patrono, quien luego de buscar a Dios desde niño como oblato benedictino tuvo en premio como hijo de Santo Domingo la gracia de la Bienaventuranza final.

La certeza de esta gracia de ser salvo y entrar al Reino de los Cielos la tuve de manera anticipada un 6 de diciembre de 1223 cuando en una experiencia mística Jesús le dijo: “Bien has escrito de mí Tomás”. Luego, Nuestro Señor le preguntó: ¿Qué quieres de mí? y aquí viene lo que más edifica nuestra vida cristiana, el Angélico Doctor respondió: “Solo a ti, Señor, solo a ti”.

Para todos nosotros la coherencia de Santo Tomás de Aquino, siendo un continuo amante del misterio de Dios y un servidor de la Verdad tiene que ser un impulso siempre renovador en nuestro caminar para que en todo busquemos siempre a Jesús.

La vida espiritual del Aquinate estuvo signada por la Santa Misa y la adoración Eucarística. Desde la fuente inagotable que es Dios mismo presente en el Santísimo Sacramento fue capaz de hacer teología para dar razones de su fe y a la vez ponerse en diálogo con los hombres de su tiempo.

El Doctor Común, así fue llamado nuestro Patrono por muchos Papas, supo llevar la misercordia a las almas hablando de Dios y escribiendo para todos sus contemporáneos luego de buscarla en el sacramento de la reconciliación como también al contemplar el Misterio de Dios.

Supo combinar en su vida hasta el final lo que enseñó, ser un contemplativo-activo en el mundo, tal como nos corresponde a todos en la Ciudad Miliciana. 

Ojalá que cada jornada empiece con nuestro espacio de oración y contemplación junto a Dios y luego de nuestras ocupaciones propias, según nuestro estado de vida, terminemos el día dando gracias al Señor.

Vivamos todos los días como Santo Tomás de Aquino haciendo de nuestra vida una ascensión.

Tengamos presente lo que alguna vez nos enseñaba el Padre Fundador:

Santo Tomás nos da esta respuesta, el para qué del poder del hombre. El para qué de su inteligencia; el para qué de sus pasiones; el para qué, de su voluntad; el para qué, de su espíritu. Y este para qué solamente se puede entender desde la respuesta de Dios. Santo Tomás hace una síntesis perfecta entre lo que Dios revela, y lo que el hombre es. Y lo une al hombre a Dios, y lo ilumina, y lo saca de su tiempo, y lo saca de los límites del pecado y de la miseria, y lo inserta en el misterio de Cristo. Cristo se transforma en el paradigma del hombre, y este Cristo será el que va a iluminar el camino del hombre al encuentro con Dios”.

(Fosbery, Anibal, “Vida de Santos”, Meditaciones para los sacerdotes y laicos de Fasta, p. 477)

La muerte de Santo Tomás de Aquino

Te invito a rezar

Oh Tomas, luz de la Iglesia,

su adorno resplandeciente,

danos en gracias divinas

el canto que te ofrecemos.

 

Con corazón puro y simple,

con luz sin par en tu mente,

viste, feliz como nadie,

de Dios la gloria celeste.

 

Escrutaste con tu ingenio

de Dios secretos arcanos,

y a los hombres nos has dado

su verdad ya para siempre.

 

Lo que ya la mente intuye,

cuanto revela el Espíritu,

expones en tus escritos

con la aprobación de Cristo.

 

Manso, callado e inocente,

gozando la unión con Dios,

brillas entre los doctores

como el sol más luminoso.

 

A la Trinidad sea honor,

a ella, mediante tu ayuda,

queremos ver para siempre

alabándola en su gloria. Amén.

San Juan Pablo II

Próximamente

San Juan Pablo II

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Próximamente

Santa Teresita del Niño Jesús

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Próximamente

Santa Rosa de Lima

“Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos”.

Mt. 18, 20

Déjanos tus intenciones, rezamos por ellas:

En el principio ya existía aquel que es la Palabra,

y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios.

Ya en el principio él estaba con Dios.

Todas las cosas vinieron a la existencia por él

y sin él nada empezó de cuanto existe.

Él era la vida, y la vida era la luz de los hombres.

La luz brilla en las tinieblas

y las tinieblas no la recibieron.

 

Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.

Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz,

para que todos creyeran por medio de él.

Él no era la luz, sino testigo de la luz.

 

Aquel que es la Palabra era la luz verdadera,

que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.

En el mundo estaba;

el mundo había sido hecho por él

y, sin embargo, el mundo no lo conoció.

 

Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron;

pero a todos los que lo recibieron

les concedió poder llegar a ser hijos de Dios,

a los que creen en su nombre,

los cuales no nacieron de la sangre,

ni del deseo de la carne, ni por voluntad del hombre,

sino que nacieron de Dios.

 

Y aquel que es la Palabra se hizo hombre

y habitó entre nosotros.

Hemos visto su gloria,

gloria que le corresponde como a unigénito del Padre,

lleno de gracia y de verdad.

 

Juan el Bautista dio testimonio de él, clamando:

“A éste me refería cuando dije:

‘El que viene después de mí, tiene precedencia sobre mí,

porque ya existía antes que yo’ ”.

 

De su plenitud hemos recibido todos gracia sobre gracia.

Porque la ley fue dada por medio de Moisés,

mientras que la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo.

A Dios nadie lo ha visto jamás.

El Hijo unigénito, que está en el seno del Padre,

es quien lo ha revelado.

Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas, queridos jóvenes:

Como cada año, en el Domingo de Ramos, nos conmueve subir junto a Jesús al monte, al santuario, acompañarlo en su acenso. En este día, por toda la faz de la tierra y a través de todos los siglos, jóvenes y gente de todas las edades lo aclaman gritando: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!».

               Pero, ¿qué hacemos realmente cuando nos unimos a la procesión, al cortejo de aquellos que junto con Jesús subían a Jerusalén y lo aclamaban como rey de Israel? ¿Es algo más que una ceremonia, que una bella tradición? ¿Tiene quizás algo que ver con la verdadera realidad de nuestra vida, de nuestro mundo? Para encontrar la respuesta, debemos clarificar ante todo qué es lo que en realidad ha querido y ha hecho Jesús mismo. Tras la profesión de fe, que Pedro había realizado en Cesarea de Filipo, en el extremo norte de la Tierra Santa, Jesús se había dirigido como peregrino hacia Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Es un camino hacia el templo en la Ciudad Santa, hacia aquel lugar que aseguraba de modo particular a Israel la cercanía de Dios a su pueblo. Es un camino hacia la fiesta común de la Pascua, memorial de la liberación de Egipto y signo de la esperanza en la liberación definitiva. Él sabe que le espera una nueva Pascua, y que él mismo ocupará el lugar de los corderos inmolados, ofreciéndose así mismo en la cruz. Sabe que, en los dones misteriosos del pan y del vino, se entregará para siempre a los suyos, les abrirá la puerta hacia un nuevo camino de liberación, hacia la comunión con el Dios vivo. Es un camino hacia la altura de la Cruz, hacia el momento del amor que se entrega. El fin último de su peregrinación es la altura de Dios mismo, a la cual él quiere elevar al ser humano.

               Los Santos Padres han dicho que el hombre se encuentra en el punto de intersección entre dos campos de gravedad. Ante todo, está la fuerza que le atrae hacia abajo – hacía el egoísmo, hacia la mentira y hacia el mal; la gravedad que nos abaja y nos aleja de la altura de Dios. Por otro lado, está la fuerza de gravedad del amor de Dios: el ser amados de Dios y la respuesta de nuestro amor que nos atrae hacia lo alto. El hombre se encuentra en medio de esta doble fuerza de gravedad, y todo depende del poder escapar del campo de gravedad del mal y ser libres de dejarse atraer totalmente por la fuerza de gravedad de Dios, que nos hace auténticos, nos eleva, nos da la verdadera libertad.

               Tras la Liturgia de la Palabra, al inicio de la Plegaría eucarística durante la cual el Señor entra en medio de nosotros, la Iglesia nos dirige la invitación: “Sursum corda – levantemos el corazón”. Según la concepción bíblica y la visión de los Santos Padres, el corazón es ese centro del hombre en el que se unen el intelecto, la voluntad y el sentimiento, el cuerpo y el alma. Ese centro en el que el espíritu se hace cuerpo y el cuerpo se hace espíritu; en el que voluntad, sentimiento e intelecto se unen en el conocimiento de Dios y en el amor por Él. Este “corazón” debe ser elevado. Pero repito: nosotros solos somos demasiado débiles para elevar nuestro corazón hasta la altura de Dios. No somos capaces. Precisamente la soberbia de querer hacerlo solos nos derrumba y nos aleja de Dios. Dios mismo debe elevarnos, y esto es lo que Cristo comenzó en la cruz. Él ha descendido hasta la extrema bajeza de la existencia humana, para elevarnos hacia Él, hacia el Dios vivo. Solamente así nuestra soberbia podía ser superada: la humildad de Dios es la forma extrema de su amor, y este amor humilde atrae hacia lo alto. …

               La cuestión de cómo el hombre pueda llegar a lo alto, ser totalmente él mismo y verdaderamente semejante a Dios, ha cuestionado siempre a la humanidad. Ha sido discutida apasionadamente por los filósofos platónicos del tercer y cuarto siglo. Su pregunta central era cómo encontrar medios de purificación, mediante los cuales el hombre pudiese liberarse del grave peso que lo abaja y poder ascender a la altura de su verdadero ser, a la altura de su divinidad. San Agustín, en su búsqueda del camino recto, buscó por algún tiempo apoyo en aquellas filosofías. Pero, al final, tuvo que reconocer que su respuesta no era suficiente, que con sus métodos no habría alcanzado realmente a Dios. Dijo a sus representantes: reconoced por tanto que la fuerza del hombre y de todas sus purificaciones no bastan para llevarlo realmente a la altura de lo divino, a la altura adecuada. Y dijo que habría perdido la esperanza en sí mismo y en la existencia humana, si no hubiese encontrado a aquel que hace aquello que nosotros mismos no podemos hacer; aquel que nos eleva a la altura de Dios, a pesar de nuestra miseria: Jesucristo que, desde Dios, ha bajado hasta nosotros, y en su amor crucificado, nos toma de la mano y nos lleva hacia lo alto.

               Subimos con el Señor en peregrinación. Buscamos el corazón puro y las manos inocentes, buscamos la verdad, buscamos el rostro de Dios. Manifestemos al Señor nuestro deseo de llegar a ser justos y le pedimos: ¡Llévanos Tú hacia lo alto! ¡Haznos puros! Haz que nos sirva la Palabra que cantamos con el Salmo procesional, es decir que podamos pertenecer a la generación que busca a Dios, “que busca tu rostro, Dios de Jacob” (Sal 23, 6). Amén.

Homilía del santo padre Benedicto XVI, domingo 17 de abril de 2011.

¡Nos unimos en oración!

Gracias por compartir tus intenciones.

¡Los sacerdotes y Catherinas de Fasta rezaremos por ellas!