Espiritualidad

"La espiritualidad conforma un modo personal y colectivo de expresar la experiencia del Misterio de Dios"

Fr. Dr. Aníbal E. Fosbery O.P., "La espiritualidad de Fasta"

11 de junio

Corpus Christi

“Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él”.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Juan

Para reflexionar sobre Corpus Christi

Te invito a leer: San Juan 6, 51-58

Jesús dijo a los judíos:

«Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo.»

Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?»

Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día.

Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él.

Así como Yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.

Éste es el pan bajado del cielo, no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente.»

Palabra del Señor.

Te invito a meditar: Pbro. Juan Ignacio Rodríguez Barnes

Uno de los grandes problemas que atraviesa el mundo es el hambre. ¡Tanta gente que no tiene cada día un plato de comida! Sin embargo, mucho más profunda es el hambre espiritual que sufren tantas personas. ¡Cuánta gente que no tiene amor, que no tiene quien lo escuche, que no tiene afecto, que está desesperada, sola, triste! ¡Tanta gente hambrienta! Saben que algo les falta, y les duele, pero no encuentran alimento para su corazón.

Frente a esa situación aparece hoy la Palabra del Señor: “Yo soy el Pan Vivo bajado del cielo. Mi carne es la verdadera comida y mi sangre la verdadera bebida”. Él mismo se nos da como alimento, quiere saciar el hambre del corazón. Para eso vino Dios al mundo, para ser nuestro alimento. El Hijo es enviado a los hombres como Pan Vivo: “este es el pan que ha bajado del cielo”. Jesús es el alimento que el Padre del cielo envía a los hombres. Y para que este alimento, que es Jesús mismo, pueda llegar realmente a todos los hombres de todos los tiempos, es que el Señor instituyó el Sacramento de la Eucaristía. Donde el pan y el vino se convierten en su cuerpo y su sangre, para que todos nosotros podamos, realmente, tener contacto con Él y verdaderamente comer en su cuerpo y beber su sangre. De esta manera Él puede ser el alimento de nuestra alma, pueda saciar nuestro corazón. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Mi carne es la verdadera comida, mi sangre la verdadera bebida. Este es el pan que ha bajado del cielo, el que coma de Él, vivirá para siempre.

Te invito a rezar: Oración de Santo Tomás de Aquino para antes de comulgar

Omnipotente y sempiterno Dios, voy a acercarme al Sacramento de tu unigénito Hijo, Jesucristo Señor nuestro; voy a Él, lo confieso como enfermo, al médico de la vida; manchado, a la fuente de la misericordia; ciego, ciego a la luz de la claridad eterna; pobre y necesitado, al Señor de los cielos y de la tierra. Ruego, pues, a la inmensa abundancia de tu misericordia, lavar mis manchas, eliminar mi ceguedad, enriquecer mi pobreza, vestir mi desnudez, para que reciba al Pan de los Ángeles, al Rey de los reyes y al Señor de los señores, con tan grande reverencia y humildad, con tanta contrición y devoción, con tanta pureza y fe, con tal propósito e intención, como conviene a la salud del alma. Concédeme te suplico, no solo recibir el Sacramento de los altares, sino también el efecto y virtud del Cuerpo y de la Sangre de nuestro Señor Jesucristo contenidos en él. ¡Oh mansísimo Dios!, haz que de tal manera reciba el Cuerpo que tu Unigénito Hijo nuestro Señor Jesucristo tomo de la Virgen María que merezca ser incorporado en su Cuerpo místico y contado entre sus miembros. ¡Oh Padre amantísimo!, concédeme que al fin contemple perpetuamente y sin velos a tu amado Hijo a quien ahora en esta vida me propongo recibir oculto en este Sacramento, y que contigo vive y reina en unidad con el Espíritu Santo, siendo Dios por todos los siglos de los siglos.

rezando frente al altar

2 de abril

domingo de ramos

“Subimos con el Señor en peregrinación. Buscamos el corazón puro y las manos inocentes, buscamos la verdad, buscamos el rostro de Dios. Manifestemos al Señor nuestro deseo de llegar a ser justos y le pedimos: ¡Llévanos Tú hacia lo alto! ¡Haznos puros!”

(Homilía santo padre Benedicto XVI)

San Juan Pablo II

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San Juan Pablo II

Fra_Angelico_052

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Santo Domingo de Guzmán

Sta_Rosa_de_Lima_por_Claudio_Coello

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Santa Rosa de Lima

“Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos”.

Mt. 18, 20

Déjanos tus intenciones, rezamos por ellas:

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse. Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían: «¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua? Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma,  judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios». Unos a otros se decían con asombro: «¿Qué significa esto?». Algunos, burlándose, comentaban: «Han tomado demasiado vino». 

Palabra de Dios.

Queridos hermanos y hermanas, queridos jóvenes:

Como cada año, en el Domingo de Ramos, nos conmueve subir junto a Jesús al monte, al santuario, acompañarlo en su acenso. En este día, por toda la faz de la tierra y a través de todos los siglos, jóvenes y gente de todas las edades lo aclaman gritando: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!».

               Pero, ¿qué hacemos realmente cuando nos unimos a la procesión, al cortejo de aquellos que junto con Jesús subían a Jerusalén y lo aclamaban como rey de Israel? ¿Es algo más que una ceremonia, que una bella tradición? ¿Tiene quizás algo que ver con la verdadera realidad de nuestra vida, de nuestro mundo? Para encontrar la respuesta, debemos clarificar ante todo qué es lo que en realidad ha querido y ha hecho Jesús mismo. Tras la profesión de fe, que Pedro había realizado en Cesarea de Filipo, en el extremo norte de la Tierra Santa, Jesús se había dirigido como peregrino hacia Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Es un camino hacia el templo en la Ciudad Santa, hacia aquel lugar que aseguraba de modo particular a Israel la cercanía de Dios a su pueblo. Es un camino hacia la fiesta común de la Pascua, memorial de la liberación de Egipto y signo de la esperanza en la liberación definitiva. Él sabe que le espera una nueva Pascua, y que él mismo ocupará el lugar de los corderos inmolados, ofreciéndose así mismo en la cruz. Sabe que, en los dones misteriosos del pan y del vino, se entregará para siempre a los suyos, les abrirá la puerta hacia un nuevo camino de liberación, hacia la comunión con el Dios vivo. Es un camino hacia la altura de la Cruz, hacia el momento del amor que se entrega. El fin último de su peregrinación es la altura de Dios mismo, a la cual él quiere elevar al ser humano.

               Los Santos Padres han dicho que el hombre se encuentra en el punto de intersección entre dos campos de gravedad. Ante todo, está la fuerza que le atrae hacia abajo – hacía el egoísmo, hacia la mentira y hacia el mal; la gravedad que nos abaja y nos aleja de la altura de Dios. Por otro lado, está la fuerza de gravedad del amor de Dios: el ser amados de Dios y la respuesta de nuestro amor que nos atrae hacia lo alto. El hombre se encuentra en medio de esta doble fuerza de gravedad, y todo depende del poder escapar del campo de gravedad del mal y ser libres de dejarse atraer totalmente por la fuerza de gravedad de Dios, que nos hace auténticos, nos eleva, nos da la verdadera libertad.

               Tras la Liturgia de la Palabra, al inicio de la Plegaría eucarística durante la cual el Señor entra en medio de nosotros, la Iglesia nos dirige la invitación: “Sursum corda – levantemos el corazón”. Según la concepción bíblica y la visión de los Santos Padres, el corazón es ese centro del hombre en el que se unen el intelecto, la voluntad y el sentimiento, el cuerpo y el alma. Ese centro en el que el espíritu se hace cuerpo y el cuerpo se hace espíritu; en el que voluntad, sentimiento e intelecto se unen en el conocimiento de Dios y en el amor por Él. Este “corazón” debe ser elevado. Pero repito: nosotros solos somos demasiado débiles para elevar nuestro corazón hasta la altura de Dios. No somos capaces. Precisamente la soberbia de querer hacerlo solos nos derrumba y nos aleja de Dios. Dios mismo debe elevarnos, y esto es lo que Cristo comenzó en la cruz. Él ha descendido hasta la extrema bajeza de la existencia humana, para elevarnos hacia Él, hacia el Dios vivo. Solamente así nuestra soberbia podía ser superada: la humildad de Dios es la forma extrema de su amor, y este amor humilde atrae hacia lo alto. …

               La cuestión de cómo el hombre pueda llegar a lo alto, ser totalmente él mismo y verdaderamente semejante a Dios, ha cuestionado siempre a la humanidad. Ha sido discutida apasionadamente por los filósofos platónicos del tercer y cuarto siglo. Su pregunta central era cómo encontrar medios de purificación, mediante los cuales el hombre pudiese liberarse del grave peso que lo abaja y poder ascender a la altura de su verdadero ser, a la altura de su divinidad. San Agustín, en su búsqueda del camino recto, buscó por algún tiempo apoyo en aquellas filosofías. Pero, al final, tuvo que reconocer que su respuesta no era suficiente, que con sus métodos no habría alcanzado realmente a Dios. Dijo a sus representantes: reconoced por tanto que la fuerza del hombre y de todas sus purificaciones no bastan para llevarlo realmente a la altura de lo divino, a la altura adecuada. Y dijo que habría perdido la esperanza en sí mismo y en la existencia humana, si no hubiese encontrado a aquel que hace aquello que nosotros mismos no podemos hacer; aquel que nos eleva a la altura de Dios, a pesar de nuestra miseria: Jesucristo que, desde Dios, ha bajado hasta nosotros, y en su amor crucificado, nos toma de la mano y nos lleva hacia lo alto.

               Subimos con el Señor en peregrinación. Buscamos el corazón puro y las manos inocentes, buscamos la verdad, buscamos el rostro de Dios. Manifestemos al Señor nuestro deseo de llegar a ser justos y le pedimos: ¡Llévanos Tú hacia lo alto! ¡Haznos puros! Haz que nos sirva la Palabra que cantamos con el Salmo procesional, es decir que podamos pertenecer a la generación que busca a Dios, “que busca tu rostro, Dios de Jacob” (Sal 23, 6). Amén.

Homilía del santo padre Benedicto XVI, domingo 17 de abril de 2011.

Dios todopoderoso y eterno,
tú mostraste a los hombres
el ejemplo de humildad de nuestro Salvador,
que se encarnó y murió en la cruz;
concédenos recibir las enseñanzas de su Pasión,
para poder participar un día de su gloriosa resurrección.

Él que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

¡Nos unimos en oración!

Gracias por compartir tus intenciones.

¡Los sacerdotes y Catherinas de Fasta rezaremos por ellas!