Espiritualidad

"La espiritualidad conforma un modo personal y colectivo de expresar la experiencia del Misterio de Dios"

Fr. Dr. Aníbal E. Fosbery O.P., "La espiritualidad de Fasta"

21 de abril de 2024

“Cada año la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones nos invita a considerar el precioso don de la llamada que el Señor nos dirige a cada uno de nosotros, su pueblo fiel en camino, para que podamos ser partícipes de su proyecto de amor y encarnar la belleza del Evangelio en los diversos estados de vida.”

(Papa Francisco)

Para reflexionar sobre 61ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones

El día de hoy celebramos la 61ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones; que lleva el lema “Llamados a sembrar la esperanza y a construir la paz”. El Papa Francisco en su mensaje nos invita a considerar el don precioso de ser llamado por Dios, menciona también las distintas formas de abrazar ese llamado, e invita a los jóvenes que desconfían o se sienten alejados de la Iglesia a dejarse fascinar por Jesús. Después nos recuerda que es en la diversidad de carismas y vocaciones donde podemos comprender nuestra identidad como cristianos, y la relevancia de caminar juntos para descubrirlo; así mismo nos habla de la importancia de la oración, especialmente este año para la preparación del Jubileo 2025. Luego el Papa nos explica lo que significa realmente ser peregrinos de esperanza y constructores de paz aún en los desafíos epocales. Y finalmente nos habla de la valentía de involucrarnos, apasionándonos de la vida y comprometiéndonos en el cuidado del otro. 

Es fundamental pedir a Dios que nos enseñe el camino que tiene soñado para nosotros, pues respondiendo a su llamado es donde alimentaremos el deseo de felicidad que llevamos dentro. Los caminos que podemos recorrer para convertirnos en signos e instrumentos de amor, de acogida, de belleza y de paz, en los contextos donde cada uno vive son varios. Por ejemplo, el Papa nos invita a recordar con gratitud a las madres y padres que orientan su existencia al cuidado de las relaciones, y al servicio de sus hijos; como también a todos los trabajadores que tienen un espíritu colaborador y de entrega en sus oficios. A los que se comprometen en construir un mundo más justo, por aquellos que se desgastan por el bien común;  como también por las personas consagradas y los sacerdotes. 

Por otro lado, Francisco, nos hace ver que esta jornada de oración lleva el sello de la sinodalidad, y nos exhorta a redescubrir nuestra vocación y poner en relación los diversos dones del Espíritu, formando así una sola familia unida en el amor de Dios. Así mismo, nos invita a orar al Padre por más vocaciones santas, y además nos recuerda que la oración abre la puerta a la esperanza, además de ser es el camino común para el Año Jubilar del 2025.

Sintetiza el Santo Padre que llegar a ser hombres y mujeres de esperanza es el propósito de toda vocación. Y que esa esperanza encuentra su centro propulsor en la Resurrección de Cristo… Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección.

Finalmente, el mensaje del Papa Francisco nos exhorta a salir de la indiferencia, de las prisiones donde nos encerramos, para que así podamos descubrir nuestra vocación en la Iglesia y en el mundo y convertirnos en peregrinos de esperanza y artífices de la paz; siguiendo el ejemplo de la Virgen María.

Hacé clic aquí para acceder al mensaje completo.

A ejemplo de la Virgen María que visitó a su prima Isabel y le llevó la gran Buena Nueva de la Salvación, llevemos también nosotros “anuncios de alegría generando vida nueva y seamos artesanos de fraternidad y de paz” (SS Francisco)

«En aquellos días María se puso en camino y fue aprisa a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.  Y sucedió que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando a voz en grito, dijo: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno”» (Lc 1, 39-42)

Lc 1, 39-42

Te invito a rezar

 

Padre bueno,
en Cristo tu Hijo
nos revelas tu amor,
nos abrazas como a tus hijos
y nos ofreces la posibilidad de descubrir
en tu voluntad los rasgos
de nuestro verdadero rostro.

Padre santo,
Tú nos llamas a ser santos
como tú eres santo.
Te pedimos que nunca falten
a tu Iglesia ministros y apóstoles santos
que, con la palabra y los sacramentos,
preparen el camino para el encuentro contigo.

Padre misericordioso
da a la humanidad descarriada
hombres y mujeres que,
con el testimonio de una vida transfigurada
a imagen de tu Hijo,
caminen alegremente
con todos los demás hermanos y hermanas
hacia la patria celestial.

Padre nuestro,
con la voz de tu Espíritu Santo,
y confiando en la materna intercesión de María,
te pedimos ardientemente:
manda a tu Iglesia sacerdotes,
que sean valientes testimonios
de tu infinita bondad.

¡Amén!

San Juan Pablo II

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San Juan Pablo II

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“Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos”.

Mt. 18, 20

Déjanos tus intenciones, rezamos por ellas:

En el principio ya existía aquel que es la Palabra,

y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios.

Ya en el principio él estaba con Dios.

Todas las cosas vinieron a la existencia por él

y sin él nada empezó de cuanto existe.

Él era la vida, y la vida era la luz de los hombres.

La luz brilla en las tinieblas

y las tinieblas no la recibieron.

 

Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.

Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz,

para que todos creyeran por medio de él.

Él no era la luz, sino testigo de la luz.

 

Aquel que es la Palabra era la luz verdadera,

que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.

En el mundo estaba;

el mundo había sido hecho por él

y, sin embargo, el mundo no lo conoció.

 

Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron;

pero a todos los que lo recibieron

les concedió poder llegar a ser hijos de Dios,

a los que creen en su nombre,

los cuales no nacieron de la sangre,

ni del deseo de la carne, ni por voluntad del hombre,

sino que nacieron de Dios.

 

Y aquel que es la Palabra se hizo hombre

y habitó entre nosotros.

Hemos visto su gloria,

gloria que le corresponde como a unigénito del Padre,

lleno de gracia y de verdad.

 

Juan el Bautista dio testimonio de él, clamando:

“A éste me refería cuando dije:

‘El que viene después de mí, tiene precedencia sobre mí,

porque ya existía antes que yo’ ”.

 

De su plenitud hemos recibido todos gracia sobre gracia.

Porque la ley fue dada por medio de Moisés,

mientras que la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo.

A Dios nadie lo ha visto jamás.

El Hijo unigénito, que está en el seno del Padre,

es quien lo ha revelado.

Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas, queridos jóvenes:

Como cada año, en el Domingo de Ramos, nos conmueve subir junto a Jesús al monte, al santuario, acompañarlo en su acenso. En este día, por toda la faz de la tierra y a través de todos los siglos, jóvenes y gente de todas las edades lo aclaman gritando: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!».

               Pero, ¿qué hacemos realmente cuando nos unimos a la procesión, al cortejo de aquellos que junto con Jesús subían a Jerusalén y lo aclamaban como rey de Israel? ¿Es algo más que una ceremonia, que una bella tradición? ¿Tiene quizás algo que ver con la verdadera realidad de nuestra vida, de nuestro mundo? Para encontrar la respuesta, debemos clarificar ante todo qué es lo que en realidad ha querido y ha hecho Jesús mismo. Tras la profesión de fe, que Pedro había realizado en Cesarea de Filipo, en el extremo norte de la Tierra Santa, Jesús se había dirigido como peregrino hacia Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Es un camino hacia el templo en la Ciudad Santa, hacia aquel lugar que aseguraba de modo particular a Israel la cercanía de Dios a su pueblo. Es un camino hacia la fiesta común de la Pascua, memorial de la liberación de Egipto y signo de la esperanza en la liberación definitiva. Él sabe que le espera una nueva Pascua, y que él mismo ocupará el lugar de los corderos inmolados, ofreciéndose así mismo en la cruz. Sabe que, en los dones misteriosos del pan y del vino, se entregará para siempre a los suyos, les abrirá la puerta hacia un nuevo camino de liberación, hacia la comunión con el Dios vivo. Es un camino hacia la altura de la Cruz, hacia el momento del amor que se entrega. El fin último de su peregrinación es la altura de Dios mismo, a la cual él quiere elevar al ser humano.

               Los Santos Padres han dicho que el hombre se encuentra en el punto de intersección entre dos campos de gravedad. Ante todo, está la fuerza que le atrae hacia abajo – hacía el egoísmo, hacia la mentira y hacia el mal; la gravedad que nos abaja y nos aleja de la altura de Dios. Por otro lado, está la fuerza de gravedad del amor de Dios: el ser amados de Dios y la respuesta de nuestro amor que nos atrae hacia lo alto. El hombre se encuentra en medio de esta doble fuerza de gravedad, y todo depende del poder escapar del campo de gravedad del mal y ser libres de dejarse atraer totalmente por la fuerza de gravedad de Dios, que nos hace auténticos, nos eleva, nos da la verdadera libertad.

               Tras la Liturgia de la Palabra, al inicio de la Plegaría eucarística durante la cual el Señor entra en medio de nosotros, la Iglesia nos dirige la invitación: “Sursum corda – levantemos el corazón”. Según la concepción bíblica y la visión de los Santos Padres, el corazón es ese centro del hombre en el que se unen el intelecto, la voluntad y el sentimiento, el cuerpo y el alma. Ese centro en el que el espíritu se hace cuerpo y el cuerpo se hace espíritu; en el que voluntad, sentimiento e intelecto se unen en el conocimiento de Dios y en el amor por Él. Este “corazón” debe ser elevado. Pero repito: nosotros solos somos demasiado débiles para elevar nuestro corazón hasta la altura de Dios. No somos capaces. Precisamente la soberbia de querer hacerlo solos nos derrumba y nos aleja de Dios. Dios mismo debe elevarnos, y esto es lo que Cristo comenzó en la cruz. Él ha descendido hasta la extrema bajeza de la existencia humana, para elevarnos hacia Él, hacia el Dios vivo. Solamente así nuestra soberbia podía ser superada: la humildad de Dios es la forma extrema de su amor, y este amor humilde atrae hacia lo alto. …

               La cuestión de cómo el hombre pueda llegar a lo alto, ser totalmente él mismo y verdaderamente semejante a Dios, ha cuestionado siempre a la humanidad. Ha sido discutida apasionadamente por los filósofos platónicos del tercer y cuarto siglo. Su pregunta central era cómo encontrar medios de purificación, mediante los cuales el hombre pudiese liberarse del grave peso que lo abaja y poder ascender a la altura de su verdadero ser, a la altura de su divinidad. San Agustín, en su búsqueda del camino recto, buscó por algún tiempo apoyo en aquellas filosofías. Pero, al final, tuvo que reconocer que su respuesta no era suficiente, que con sus métodos no habría alcanzado realmente a Dios. Dijo a sus representantes: reconoced por tanto que la fuerza del hombre y de todas sus purificaciones no bastan para llevarlo realmente a la altura de lo divino, a la altura adecuada. Y dijo que habría perdido la esperanza en sí mismo y en la existencia humana, si no hubiese encontrado a aquel que hace aquello que nosotros mismos no podemos hacer; aquel que nos eleva a la altura de Dios, a pesar de nuestra miseria: Jesucristo que, desde Dios, ha bajado hasta nosotros, y en su amor crucificado, nos toma de la mano y nos lleva hacia lo alto.

               Subimos con el Señor en peregrinación. Buscamos el corazón puro y las manos inocentes, buscamos la verdad, buscamos el rostro de Dios. Manifestemos al Señor nuestro deseo de llegar a ser justos y le pedimos: ¡Llévanos Tú hacia lo alto! ¡Haznos puros! Haz que nos sirva la Palabra que cantamos con el Salmo procesional, es decir que podamos pertenecer a la generación que busca a Dios, “que busca tu rostro, Dios de Jacob” (Sal 23, 6). Amén.

Homilía del santo padre Benedicto XVI, domingo 17 de abril de 2011.

¡Nos unimos en oración!

Gracias por compartir tus intenciones.

¡Los sacerdotes y Catherinas de Fasta rezaremos por ellas!