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La Transfiguración del Señor

“La Transfiguración de Jesús es signo de nuestra propia transfiguración, nosotros también vamos a ser transfigurados como el Señor. El Señor va a tratar de hacer regocijar y dar fuerza de nuevo a los Apóstoles para que asuman la misión que les va a confiar en orden a una esperanza de glorificación. La Transfiguración será finalmente el destino de todos los cristianos que creen en Cristo”.

Fr. Dr. Aníbal E. Fosbery O.P.

(Reflexiones sobre los textos del evangelio de San Mateo para el tiempo Ordinario después de Pascua y Pentecostés, Volumen II, p. 137 a 139)

 

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Te invito a leer

Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado.

Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.

De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.

Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantará aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».

Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo».

Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor.

Jesús se acercó a ellos, y tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo».

Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo.

Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».

Palabra de Dios.

Te invito a meditar

Los sinópticos relatan este hecho sorprendente, la Transfiguración. Y los tres evangelistas empiezan diciendo: “Seis días después”… Así lo dice Mateo en el capítulo 17; lo dice Marcos en el capítulo 9 -y Lucas en el capítulo 9 dice “Ocho días después”-, ocurrió la transfiguración. ¿Seis días después de qué? ¿Ocho días después de qué?, preguntamos. La respuesta está inmediatamente en el relato evangélico, porque se está refiriendo a la confesión de fe de Pedro que Mateo trae en el capítulo 16, 13-20, Marcos en el 8, 27, 30 y Lucas en el mismo capítulo 9, 28, 36.

La confesión de Pedro: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos le dijeron: “Unos que Juan el Bautista; otros que Elías; otros que Jeremías o alguno de los profetas”. Les dice: “Ustedes, quién dicen que soy?”, Simón Pedro le contestó: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Tomando entonces la palabra Jesús le respondió: “Bienaventurado Simón hijo de Jonás, porque esto no te lo reveló ni la carne ni la sangre sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos, todo lo que ates en la tierra será atado en el cielo, todo lo que desates en la tierra será desatado” Así, aparece esta primacía de Pedro como respuesta a su confesión de fe (Mt. 16, 13-20).

Inmediatamente, el Señor va a precisar cuál es la misión del Mesías, que Pedro ha reconocido en Cristo, y anuncia su pasión. “En verdad os digo que el Hijo del Hombre va a subir a Jerusalén y va a ser acusado por los ancianos, por los sacerdotes, por los escribas. Va a ser muerto y al tercer día resucitará” (Mt. 16, 21). Pedro, tocado por esta expresión de Jesús y quizá queriendo hacer ya uso de su cargo, lo lleva a aparte y le dice “Esto jamás va a suceder” (Mt. 16, 22). Y Jesús, ustedes recordarán, se irrita y le dice “Vade retro Satanás”, lo llama Satanás. Estos sentimientos no son los de Dios, son los del hombre. Enseguida el Señor va a anunciar cuáles son las notas distintivas de esta redención que Él viene a efectuar: “El que quiera venir en pos de Mí, tome su cruz y me siga. El que quiera salvar su vida, la perderá; el que la pierda, la salvara. De qué le vale al hombre ganar el mundo si al fin pierde su alma” (Mt. 16, 24-26).

Este tono de la pasión estaba muy lejos de aquello a lo que los Apóstoles aspiraban como judíos acerca del Mesías. Ellos esperan un Mesías político y dominador, y Jesús mostraba que el camino de la Redención y la Salvación venía por la Cruz y la pasión. Quizá, entendían a medias esto de la cruz; porque ya los romanos este sacrificio de la cruz lo hacían con los malhechores, sobre todo los que levantaban las masas populares y se querían transformar en Mesías. Lo cierto es que, después de hacer estos correctivos y precisar adónde iba la Redención, por dónde se iba a transitar el camino de la Redención, el Señor los lleva hacía el monte Tabor. Por eso se dice seis días después. Algunos han querido afirmar que la Transfiguración se dio en el monte Hermón. Pero el monte Hermón tenía casi dos mil setecientos metros de altura, era muy alto y muy agreste para poderlo trepar. En cambio, el Tabor, tenía quinientos sesenta metros y estaba más o menos a seis días de marcha desde donde ellos estaban. Por eso, el Evangelio dice “Seis días después”. Caminado estos seis días, se podía subir al Monte Tabor.

Estos dos montes son los que señalaba el Salmo 89 cuando dice “El monte Tabor y el Hermon se regocijarán” (Sal. 89, 13). La tradición de los Santos Padres hablaba del Hermón y otros del Tabor. Pero todo hace suponer que fue en este monte Tabor donde se realiza la Transfiguración.

La Transfiguración de Jesús es signo de nuestra propia transfiguración, nosotros también vamos a ser transfigurados como el Señor. El Señor va a tratar de hacer regocijar y dar fuerza de nuevo a los Apóstoles para que asuman la misión que les va a confiar en orden a una esperanza de glorificación. La Transfiguración será finalmente el destino de todos los cristianos que creen en Cristo. San Pablo la anuncia cuando dice que somos “Ciudadanos del Reino de los Cielos, donde esperamos la venida de nuestro Salvador para que transfigure este cuerpo nuestro según su cuerpo glorioso” (Flp. 3, 20-21). El evangelista Juan lo dice en su Carta cuando señala: “Queridos míos, qué hermoso que nos llamemos y seamos Hijos de Dios. Ahora somos Hijos de Dios, nos llamamos y verdaderamente somos; pero todavía no sabemos lo que vamos a ser. Cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él porque lo veremos tal cual es” (1 Jn. 3, 2).

Ésta es la transfiguración a la cual nosotros estamos destinados; pero que ya empieza aquí en nuestro camino de bautizados. Ya empezamos a ser transfigurados en la verdad; empezamos a ser transfigurados porque vamos dejando estas pequeñas verdades de las cosas para que nuestro espíritu se abra a la verdad absoluta de Dios, a la resplandeciente y luminosa verdad de Dios que no es solamente sensitiva o intelectual, que es supra intelectual. Ya hay aquí en nuestro espíritu un comienzo de transfiguración. Somos transfigurados también por el amor de Dios, que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo (Rm. 5, 4-5). Nos vamos apartando de la concupiscencia, de las cosas terrenas y vamos abriéndonos y ensanchando el corazón al amor de Dios que nos transfigura. Somos sacados de las idolatrías humanas y temporales para poner nuestra esperanza solamente en el Señor. “Mi esperanza es Cristo”, decía el Apóstol (1 Tim. 1). La esperanza que mueve el corazón en el auxilio divino también nos transfigura porque nos quita de la codicia, de las dos formas de la codicia: la codicia de nuestra fama, que se da por la soberbia, la codicia de las cosas materiales, que se expresa en la avaricia.

Se ensancha nuestro corazón, se dilata nuestro espíritu en la verdad de Dios y esperamos y aguardamos con confianza que se cumpla el auxilio divino en nuestras vidas. Así empezamos a caminar como bautizados, hacia esta transfiguración final que vendrá con la gloria (Jn. 27, 24).

Te invito a rezar

La Transfiguración del Señor para los miembros de Fasta guarda una particular significación dado que nuestro Padre Santo Domingo muere en esa fiesta.

El Patriarca Santo Domingo, el cual nos ha legado la prioridad de la gracia en el itinerario espiritual dándole el primer lugar a Dios y el sentido teológico a nuestra vida desde la fe, la esperanza y la caridad, nos alienta a que esta fiesta también nos hable, como lo hace Jesús a sus discípulos mostrándonos el destino hacia el cual camina cada miliciano.

La Patria Celestial es el lugar al cual aspiramos llegar haciendo un camino de transfiguración en nuestra vida espiritual buscando ser todos los días bienaventurados por la acción de la Gracia, la cual nos participa esa naturaleza divina.

¡Cuánto vale hoy pedirle al Señor el poder seguirlo diariamente buscando, como decía el Apóstol San Pablo, “sea Cristo el que viva en cada uno de nosotros”!

Hoy en la fiesta de la transfiguración, día en el cual recordamos también la partida al cielo de nuestro Padre Santo Domingo, seamos todos al final de nuestros días partícipes de la Gloria que el Señor nos ha prometido.

Amén.

Reflexión Padre Sebastián Vallejos.

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