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Corpus Christi

 “La Eucaristía nos inserta en el hoy, en el presente de nuestras vidas. Y nos interpela para que seamos capaces de asumir el sacrificio redentor, y lo transformemos como sacramento, en gracia personal de salvación”.

Fray Aníbal E. Fosbery O.P

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Te invito a leer

Capítulo 56: De la necesidad de los sacramentos

Y porque, según se ha dicho (c. 55, resp. a la 26), la muerte de Cristo es como la causa universal de la salvación humana, y es preciso que la causa universal se aplique a cada efecto, fue necesario poner al alcance de los hombres algunos remedios mediante los cuales se les aplicara de algún modo el beneficio de la muerte de Cristo. Y estos remedios se llaman sacramentos de la Iglesia.

Pero fue preciso también que semejantes remedios se aplicaran mediante algunos signos visibles.

En primer lugar, porque, del mismo modo que a todas las cosas, Dios provee al hombre atendiendo a su condición (cf. 1. 3, cc. 111, 119). Mas la condición del hombre es tal, que para captar las cosas espirituales e inteligibles ha de ser llevado naturalmente por las cosas sensibles. Luego fue preciso que se entregaran a los hombres los remedios espirituales bajo signos sensibles.

En segundo lugar, porque es preciso que los instrumentos estén proporcionados a la causa primera. Mas la causa primera y universal de la salvación humana es el Verbo encarnado, como consta por lo dicho (capítulo prec.). Por lo tanto, fue cosa apropiada que los remedios mediante los cuales llega la virtud de la causa universal a los hombres, fueran semejantes a dicha causa, o sea, de modo que la virtud divina obrara en ellos invisiblemente bajo signos sensibles.

En tercer lugar, porque el hombre cayó en el pecado uniéndose indebidamente a las cosas visibles. Por lo tanto, para que no creyera que las cosas visibles son malas por naturaleza y, en consecuencia, pecase adhiriéndose a ellas, fue conveniente que por medio de las cosas visibles se aplicasen a los hombres los remedios de salvación, y así vieran que dichas cosas son naturalmente buenas, como creadas por Dios; pero resultan perjudiciales a los hombres cuando éstos se apegan a ellas desordenadamente, y saludables cuando usan de ellas ordenadamente.

Con esta razón se rechaza el error de algunos herejes (cf. l. c., abajo), cuyo intento es suprimir todas estas cosas visibles de los sacramentos de la Iglesia. Y no hay por qué admirarse, pues estos mismos son quienes piensan que todas las cosas visibles son naturalmente malas y producidas por un autor malo, lo que reprobamos en el libro segundo (capítulos 40, 41, al final; cf. 1. 3, c. 7).

Ni hay inconveniente alguno en que la salud espiritual se administre por medio de cosas visibles y corporales, porque estas cosas visibles son como ciertos instrumentos del Dios encarnado y paciente, y el instrumento no obra por virtud propia, sino por virtud del agente principal, que lo aplica a la operación. Así, pues, tales cosas visibles producen a salud espiritual, no por su propia naturaleza, sino por institución del mismo Cristo, por la que consiguen su poder instrumental.

 

Capítulo 61: La eucaristía

Así como la vida corporal necesita el alimento material no sólo para su crecimiento, sino también para conservar la naturaleza corporal, evitando que se disuelva por el continuo desgaste y flaquee su vigor, del Mismo modo fue necesario que la vida espiritual tuviera un alimento sobrenatural, por el cual los regenerados se conserven en las virtudes y se desarrollen.

Y porque fue conveniente que los efectos espirituales se nos dieran bajo semejanzas de cosas visibles, como se ha dicho (c. 56), este alimento espiritual se nos da bajo las especies de aquellas cosas que los hombres usan con más frecuencia para el alimento corporal. Y tales son el pan y el vino. Por eso se nos dio este sacramento bajo las especies de pan y vino.

Pero se ha de tener en cuenta que en las cosas corporales la unión entre engendrante y engendrado es distinta de la unión entre alimento y alimentado. Porque no es preciso que el engendrante se una al engendrado substancialmente, sino sólo por la semejanza y la virtud; por el contrario, el alimento se ha de unir substancialmente al alimentado. Por eso, para mantener la correspondencia entre los efectos corporales y los espirituales, el misterio del Verbo encarnado se une de un modo a nosotros en el bautismo, que es una generación espiritual, y de otro en este sacramento de la eucaristía, que es el alimento espiritual. Porque en el bautismo está el Verbo encarnado solamente según la virtud; mas en el sacramento de la eucaristía confesamos que está substancialmente.

Y como nuestra salvación culminó con la pasión y muerte de Cristo, por la cual su sangre se separó de la carne, por eso se nos da separadamente el sacramento de su cuerpo bajo la especie de pan y el de la sangre bajo la especie de vino, a fin de que tengamos en él un recuerdo y representación de la pasión del Señor. Y, según esto, se cumple lo que dijo el Señor: “Mi carne es verdadera comida, y mi sangre, verdadera bebida”.

Te invito a meditar

Queridos hermanos:

Nuestro Santo Patrono no sólo nos dejó profundas enseñanzas respecto a la presencia viva de Jesús en la Eucaristía, sino que también nos ha dejado bellísimas alabanzas para rendir verdadero culto a Dios en el Santísimo Sacramento. A él le debemos los hermosos himnos eucarísticos que fueron compuestos para la solemnidad que estamos celebrando del Cuerpo y la Sangre de Cristo, tradicionalmente llamada por su nombre en latín Corpus Christi, o simplemente para los amigos, Corpus. 

Porque el fin del hombre no es un mero conocimiento de Dios, sino que estamos hechos para amarlo, servirlo y gozarlo, en la vida eterna y, con en la medida que podamos, en esta vida. Por eso, nuestro canto, especialmente con las letras eucarísticas de Santo Tomás tiene que redundar en el gozo de recibirlo en la comunión frecuente. Hoy te invito a rezar y, si te animás, a cantar con el Pange lingua, que sus últimas estrofas seguro conocés, el Tantum ergo, pero también con el Adoro te devote o el O Sacrum Convivium, preciosas plegarias a Jesús Eucaristía. Y que el canto te lleve a abrir tu corazón, cual comunión espiritual, para recibirlo –con mayor fruto para tu vida cristiana– en la próxima comunión sacramental. 

En la línea del Aquinate, el Padre Fundador, también nos ha instruido en la realidad de este sacramento:

“La Eucaristía llena el bien común de la Iglesia, porque siendo el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad del Señor, la saca de la dimensión puramente temporal e histórica de la Iglesia, que la Iglesia recorre esperando que vuelva Cristo, y la inserta en una meta historia, porque es el sacramento que nos comunica con el pasado, porque nos recuerda y nos conmemora la pasión del Señor. Hace posible que la pasión del Señor llegue hasta nosotros. Tiene una apertura misteriosa hacia el pasado, y hace que lo que ocurrió nos siga ocurriendo, ¿hasta cuando? Hasta que Cristo vuelva, siga ocurriendo, siga pasando este sacrificio de Cristo. Siga haciendo presente este sacrificio de Cristo. Hasta el punto que podemos decir, que no hay un segundo, un instante en todo el universo, en que no esté haciéndose y celebrándose este sacrificio de ofrecimiento a Dios, que es la Eucaristía.” 

“Al mismo tiempo, la Eucaristía nos inserta en el hoy, en el presente de nuestras vidas. Y nos interpela para que seamos capaces de asumir el sacrificio redentor, y lo transformemos como sacramento, en gracia personal de salvación. Nos comunica con el bien divino de la Iglesia, que es Cristo cuerpo, sangre, alma, y divinidad. Hace presente esta comunicación con este bien de Dios. Y entonces San Agustín decía, parafraseando el Evangelio: ‘yo soy el pan del cielo, sé valiente y cómeme, pero no me voy a transformar yo en ti, sino que tú te vas a transformar en mí’.”

Que nuestro crecimiento espiritual sea motivado por un mayor conocimiento de Dios, especialmente del sacramento en el que Él se hace presente, pero busquemos incrementar nuestra devoción en su presencia real y en la recepción frecuente y digna de la Eucaristía, para recibir el gran don, el bien común de la Iglesia, y nos mueva a vivir en la alabanza al Señor y en el servicio de la caridad hacia el prójimo.

 


 Fosbery, A., Festividades litúrgicas, MDA, Buenos Aires 2017, pág. 101.

Te invito a rezar

Pange, lingua, Gloriosi

Corporis mysterium

Sanguinisque pretiosi

Quem in mundi pretium

Fructus ventris generosi

Rex effudit gentium

Nobis datus, nobis natus

Ex intácta Vírgine,

Et in mundo conversátus,

Sparso verbi sémine,

Sui moras incolátus

Miro clausit órdine.

In supremae nocte coenae

Recumbens cum fratribus

Observata lege plene

Cibis in legalibus

Cibum turbae duodenae

Se dat suis manibus

Verbo carnem efficit

Fitque Sanguis Christi merum

Et si sensus deficit

Ad firmandum cor sincerum

Sola fides sufficit

 

Veneremur cernui

Et antiquum documentum

Novo cedat ritui

Praestet fides supplementum

Sensuum defectui

Genitori, Genitoqui

Laus et jubilatio

Salus, Honor, Virtus Quoque

Sit et benedictio

Procedenti ab utroque

Compar sit laudatio

Celebra, lengua mía, 

el misterio de este Cuerpo glorioso, 

de esta preciosa Sangre 

que por rescatar al mundo 

Jesús, fruto de generoso vientre, 

Rey de los pueblos, derramó.

Dado a nos, por nos nacido 

de una Virgen intacta, 

en el mundo en que vivió, 

lanzó cimiento del Verbo; 

cumplió el tiempo de su viaje 

según orden admirable.

En la noche de la cena última 

sentado con sus hermanos, 

en plena ley observada 

de legales alimentos, 

Él mismo por propias manos, 

de los doce se hace vianda. 

El Verbo encarnado, 

por su verbo vuelve carne el pan verdadero;

el vino se convierte en sangre de Cristo.

Y se desfallecen los sentidos, para dar fuerza al corazón sincero suficiente es la sola Fe.

Veneremos, pues, postrados, 

un sacramento tan grande que los símbolos antiguos cedan ante el nuevo rito; 

y la Fe preste su ayuda 

a los débiles sentidos.

 

 

 

Al Padre y al Hijo 

alabanza en la alegría, 

salvación, honor, poder 

y toda bendición. 

A Aquél que de ambos procede 

demos igual alabanza. AMÉN.

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