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Pentecostés

“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse”.

Hechos 2, 1-4

Mesa de trabajo 1 copia

Te invito a leer

1.Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar.

2.De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban.

3.Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos;4.quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.

5.Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo.

6.Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua.

7.Estupefactos y admirados decían: «¿Es que no son galileos todos estos que están hablando?

8.Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa?

9.Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia,

10.Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos,

11.judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios.»

12.Todos estaban estupefactos y perplejos y se decían unos a otros: «¿Qué significa esto?»

13.Otros en cambio decían riéndose: «¡Están llenos de mosto!»

14.Entonces Pedro, presentándose con los Once, levantó su voz y les dijo: «Judíos y habitantes todos de Jerusalén: Que os quede esto bien claro y prestad atención a mis palabras:

15.No están éstos borrachos, como vosotros suponéis, pues es la hora tercia del día,

16.sino que es lo que dijo el profeta:

17.Sucederá en los últimos días, dice Dios: Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños.

18.Y yo sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu.

19.Haré prodigios arriba en el cielo y señales abajo en la tierra.

20.El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes de que llegue el Día grande del Señor.

21.Y todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.

Te invito a meditar

El Espíritu Santo enviado a la Iglesia

Es imposible entender la Iglesia sin el Espíritu Santo. No se puede entender la misión de la Iglesia y su presencia en medio del mundo, sin este Espíritu que el Señor nos promete enviar (Jn 14, 15-17)

El Espíritu Santo va a hacer posible la constitución misma de la Iglesia y la va a resguardar. Es el Espíritu Santo el que la va a sostener en el testimonio de verdad que la Iglesia tiene que dar. Es el Espíritu Santo el que va a hacer posible, en la totalidad de la Iglesia y en cada uno de los bautizados, que se cumpla el plan salvífico del Padre.

El Espíritu Santo llena entonces la plenitud de la Iglesia. Está presente como promesa. San Agustín y los Padres gustaban llamarlo “el alma de la Iglesia”. Pero no está unido a la Iglesia al modo de unión hipostática, como está unida la naturaleza humana y divina en la persona del Verbo; está presente como un principio activo trascendente que opera en la Iglesia. Es una suerte de energía, de motivación, es una Persona Divina, es la tercera persona que Dios ha prometido enviar para operar en la Iglesia.

La presencia del Espíritu Santo reclama de la Iglesia la conciencia de ser la ayuda humana histórica de Dios. En la medida en que la Iglesia toma conciencia de esta misión, que tiene que hacer presente y vivo el plan salvífico de Dios en medio de los hombres, en la medida en que la Iglesia se encarna en su misión se hace presente el Espíritu Santo, para que opere el plan de Dios en medio de los hombres.

Tenemos que hacer presente al Espíritu a través de nuestro testimonio. Tenemos que convocar al Espíritu. Sin el Espíritu, la Iglesia no puede dar testimonio. Sin el Espíritu, no podemos proclamar la Palabra. Todo lo que en la Iglesia mira a la santificación es obra del Espíritu.

En nuestra vocación cristiana; hay que convocar al Espíritu Santo. Hay que pedirle que concelebre en la Iglesia: que el Espíritu se haga presente en nuestra vocación para sostenernos en el testimonio de la verdad. Sin el Espíritu Santo no opera la Iglesia. Para que la promesa del Señor se cumpla se require orar. Y además construir, sostener y proteger a la comunidad.

El Espíritu Santo es el principio de comunión de la Iglesia. Y sin comunión no hay Espíritu Santo. Ha sido prometido en plural, “Él os enseñará…” Y esta exigencia de comunidad es esencial para la presencia del Espíritu. Quebrada la comunidad, no está el Espíritu de Dios. De ahí la importancia que tiene, en el testimonio de la Iglesia, sostener la comunidad. 

Cuando el Demonio nos tienta, su modo de tentar es siempre quebrando la comunión.

Pidámosle entonces al Señor que nos ayude a vivir en oración para que el Espíritu Santo se haga presente en nuestras vidas, para que el Espíritu Santo nos sostenga en el testimonio de verdad que tenemos que dar, y para que el Espíritu Santo nos ayude a construir la comunidad.

 

Poesía del cura: “Pentecostés” (26.04.2017)

No están borrachos los que atienden

El fuego en sus cabezas recibido,

Hoy están por dentro revestidos

Para anunciar al mundo lo que sienten.

 

Habla Pedro y en su alma inhiere

La Palabra que marca su destino

Y en sus ojos de traidor arrepentido

Vuelve la gracia de la fe consciente.

 

Se marchan algunos, enmudecidos

Y otros en plegaria, compungidos,

Se preguntan qué hacer con el Espíritu.

Pedro hablando del Resucitado,

Que en Galilea se mostró reciente

Bautismo y conversión, dice sonriente.

Te invito a rezar

Ven Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo.

Padre amoroso del pobre, don en tus dones espléndido.

Luz que penetras las almas, fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestros esfuerzos.

Tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego.

Gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos.

Mira el vacío del alma si Tú le faltas por dentro.

Mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo.

Lava las manchas. Infunde calor de vida en el hielo.

Doma el espíritu indómito. Guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos.

Por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito.

Salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno.

Amén.

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