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Solemnidad de la Ascención del Señor

“El Señor acompañará la misión salvífica de la Iglesia hasta la consumación de los tiempos. Hasta que el Cristo vuelva glorioso y triunfante en el fin de los tiempos, será ahora la presencia invisible y misteriosa del Cristo que salva, del Cristo que redime, del Cristo que santifica”.

Fray Aníbal E. Fosbery

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Te invito a leer

Jesús resucitado se apareció a los Once y les dijo: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán.» Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.

Palabra del Señor.

Te invito a meditar

“La misión salvífica de la Iglesia” 

Con esta festividad de la Ascensión del Señor a los cielos termina la presencia viva en la historia y en el tiempo de los hombres, de nuestro Salvador. Con estas dos fases: su presencia como Verbo Encarnado y su posterior presencia como Resucitado. 

Ahora es el último mensaje que le van a dejar a los Apóstoles, porque todo está hecho y confirmado, para que a partir de la Ascensión empiece la historia de la Iglesia Peregrina. El Señor prepara a la Iglesia, para que pueda asumir su último mandato y su última misión: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará, el que no crea, se condenará” (Mt. 16, 15). 

El Señor acompañará la misión salvífica de la Iglesia hasta la consumación de los tiempos. Hasta que el Cristo vuelva glorioso y triunfante en el fin de los tiempos, será ahora la presencia invisible y misteriosa del Cristo que salva, del Cristo que redime, del Cristo que santifica. Presencia invisible del Señor en el misterio de la Iglesia, haciendo que su Ascensión a los cielos sea también fuerza viva e invisible en la Iglesia. Por Él somos atraídos hacia lo alto.

Cuando me incorporo a la Iglesia, ¿no recibo acaso una fuerza interior que me arrastra hacia arriba, que me convoca a la resurrección, que me quiere quitar del límite de mi propia miseria, de mi propia corrupción y de mi propia muerte? ¿No es eso una fuerza misteriosa? ¿No es esa una atracción que el Señor ejerce con toda la fuerza de su Resurrección sobre los que creemos en Él, sobre los que hemos sido llamados y convocados a formar con Él su Cuerpo Místico?

El Cuerpo Místico de Cristo no es una metáfora, es la presencia viva de Cristo en medio de nosotros hasta la consumación de los tiempos. Es el Cristo Cabeza de una multitud de hermanos, convocados a la salvación. Es el Cristo actuando para que me salve, me sostenga, me convierta, me quite de la miseria. Esa es la fuerza viva de la Iglesia. 

Si entro con fe a la Iglesia, como un miembro vivo del Cuerpo Místico, tengo que sentir y descubrir la acción invisible de Cristo en mi alma, en mi corazón, en mi inteligencia. Pero es necesario que me convierta al Señor. Es necesario percibir que cualquier otra realidad, que me cautive me transforma en un idólatra. Ya no puedo recibir la fuerza del Resucitado. 

También tengo que ascender, separarme de las cosas que cautivan mi corazón, tengo que salirme del encierro de mi carnalidad, tengo que abrirme al llamado del Señor, tengo que descubrir la esperanza a la que he sido convocado. Y todo esto no se puede hacer sin violencia, violencia interior del espíritu, violencia del corazón, violencia de las pasiones, violencia para abrirme al misterio de la Palabra, violencia para no dejarme cautivar por las cosas que no dejan que el Señor actúe. 

¡Hermosa tarea esta! Es la tarea de mi salvación ¡Magnífica convocatoria que me hace el Señor para que me abra a la esperanza! Cristo ha triunfado, Cristo ascendió a los Cielos. Detrás del triunfo de Cristo está también mi triunfo, aunque ahora tenga que caminar desde mi poquedad, y desde mi miseria. En el triunfo de Cristo está ya configurado mi propio triunfo. Estoy llamado también a ascender a los cielos, porque, cuando Cristo, dice el Apóstol, que es “nuestra vida”, se manifieste en todo el esplendor de su gloria al Padre, también nosotros vamos a manifestarnos con Él, en el misterio de la glorificación (Col. 3, 4)

Mi querido hermano, ser cristiano, ser miliciano, estar comprometido con esta vocación que Dios nos da, es como descubrir el camino permanente de Ascensión detrás del Resucitado. Caminamos hacia el esplendor de la gloria de Dios, caminamos convocados por el Señor para la esperanza de la salvación. No pueden detenerme las cosas del mundo, las seducciones del demonio, las tentaciones de la carne, porque no he sido hecho para la dimensión carnal de las cosas que se auto destruyen en su propia realidad. 

Mi vida carnal y temporal es la que Cristo ha redimido. Esta realidad mía carnal y limitada, miserable y pequeña, es la que Cristo ha reformulado y recreado con la fuerza de su gracia. Mi carne se va a corromper, pero el Señor, que me ha redimido con su Resurrección, me llevará cautivo a la gloria final. Y ahí está mi esperanza, y ahí está abierto mi corazón, aguardando en la fe el cumplimiento de la promesa mesiánica. 

Mi querido hermano, nuestra vocación miliciana nos obliga a estar abiertos a la esperanza, nos obliga a estar dispuestos a que llegue el Señor con su gracia, con su fuerza, nos redima, nos salve y nos obligue a tener una confianza permanente en la gracia de Dios. Más allá de mis miserias, más allá de mis pecados, está la fuerza invisible del Resucitado, redimiendo, salvando y abriéndonos a la esperanza. 

Te invito a rezar

Aplaudan, todos los pueblos,

aclamen al Señor con gritos de alegría;

porque el Señor, el Altísimo, es temible,

es el soberano de toda la tierra.

 

El Señor asciende entre aclamaciones,

asciende al sonido de trompetas.

Canten, canten a nuestro Dios,

canten, canten a nuestro Rey.

 

El Señor es el Rey de toda la tierra,

cántenle un hermoso himno.

El Señor reina sobre las naciones

el Señor se sienta en su trono sagrado.

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