Por el Padre Daniel Torres Cox
La fundación de la comunidad de Fasta en Chiclayo fue muy providencial. Durante la pandemia, en medio del furor de los cursos virtuales, un grupo de peruanos se inscribió en un curso de antropología que se dictaba gratuitamente desde la Universidad Fasta. Con la excusa de ayudarlos formamos un grupo de estudio virtual con peruanos, y vimos que muchos de ellos eran de Chiclayo.
Cuando terminó el curso, les ofrecimos generar un espacio de amistad, oración y formación, hasta que las restricciones por la pandemia se levantaran y pudiéramos encontrarnos personalmente. Así lo hicimos.
Volviendo a la presencialidad
El primer encuentro presencial finalmente se dio en septiembre del año 2021, cuando con otros dos milicianos de Fasta Lima pudimos viajar a Chiclayo. Esos dos milicianos fueron Javier Bastos —actual presidente de Fasta Lima— y su padre, Jorge Bastos. Chiclayo es conocida como la Ciudad de la Amistad, y con su calidez, los miembros de la comunidad hicieron honor a ese nombre.
En Chiclayo, el rector del Santuario de Santa María, Madre de la Iglesia —a quien varios de los miembros de la comunidad conocían— nos recibió con mucho cariño y nos permitió trabajar en el Santuario. Con los adultos, formamos el convivio Nuestra Señora de Guadalupe; y con los jóvenes, hacíamos talleres de Ama Fuerte en el Santuario. Como sacerdote, viajaba a Chiclayo una vez al mes o cada dos meses, y durante un tiempo, un joven miliciano de Lima se instaló en esa localidad.
El obispo de Chiclayo
Cuando la comunidad comenzó a adquirir cierta estabilidad, fue necesario pedir la autorización del obispo para trabajar en su diócesis. Así fue que, en noviembre del año 2022, junto al miliciano Silvano Penna —entonces director del Movimiento— nos entrevistamos con Mons. Robert Prevost para solicitarle el permiso correspondiente.
Durante esa reunión, le hablamos de Fasta, explicándole las notas principales de nuestro carisma y el trabajo que realizamos con las familias y los jóvenes. Se mostró interesado por la obra de Fasta, y nos recibió con gusto en su diócesis, autorizandonos verbalmente a continuar nuestro trabajo allí. Creo que ninguno de los presentes imaginó que estábamos presentando la obra de Fasta a quien luego sería el Santo Padre.
Mons. Prevost manifestó una gran apertura a los movimientos y le pareció muy bien que estuviéramos colaborando con las actividades del Santuario. En esa diócesis convivían bastantes grupos, y su actitud me hizo recordar las palabras de San Agustín: “En lo esencial, unidad; en lo accesorio, libertad; y en todo, caridad.”
Nos dijo, además, que él era canonista, pero nos dio a entender que no gobernaba su diócesis desde el formalismo del Derecho. Por eso, la autorización que nos dio fue verbal, indicándonos que volviéramos más adelante —si la comunidad perseveraba— para darle una configuración escrita. Gobernaba su diócesis priorizando el organismo sobre la organización.
De Chiclayo a Roma
La impresión que me dio Mons. Prevost es que tenía una matriz de origen “yanqui”: más bien reservado y poco expresivo. Sin embargo, debido a sus varios años de labor misionera en Latinoamérica y a sus 8 años vividos en Chiclayo —donde la gente es sumamente cálida— había aprendido a sentirse cómodo recibiendo y dando afecto, a su modo.
En lo personal, el encuentro me transmitió mucha paz. La gente, y en especial los sacerdotes, hablaban muy bien de su obispo. Pero no desde un cariño a la investidura, sino a la persona. Se notaba que lo querían.
Tuve la gracia de poder estar en su misa de despedida, cuando partía rumbo a Roma. Un sacerdote joven le dirigió unas palabras muy cálidas frente a toda la comunidad eclesial. No eran las palabras de un sacerdote a su obispo, sino las de un hijo a su padre. Sin duda, Mons. Prevost sabía tocar el corazón de quienes compartían con él. Al terminar la misa, ya fuera del templo, le dije que la comunidad de Fasta iba a rezar por su nueva misión en Roma. Se ve que esas oraciones fueron efectivas.
Por las dificultades de hacer un acompañamiento desde Lima, la comunidad de Chiclayo se encuentra un poco dispersa. Sin embargo, las brasas están encendidas, y tal vez la elección de León XIV permita avivar el fuego.