Texto escrito por Fray Aníbal E. Fosbery O.P en el libro “Vida de Santos”, pág. 265-268
Fue un carismático, entendiendo por tal el que recibe del Espíritu Santo una gracia especial para ayudar a edificar la Iglesia. El Señor lo preparó desde pequeño, lo hizo vivir honda y profundamente la vida espiritual y desde ahí pudo percibir la situación que vivía la Iglesia de su tiempo y la realidad propia en la que estaba enmarcada la sociedad.
Por eso pudo, con verdadera vocación eclesial, llevar adelante su proyecto de fundar la Orden de los Predicadores. No fue un eclesiástico, fue un hombre de la Iglesia. Es decir un hombre que sintió con la Iglesia, vivió con la Iglesia y fue fiel a la Iglesia siempre. Fidelidad no cerrada sino abierta, para percibir en esta fidelidad los signos de los tiempos. Si quisiéramos destacar algunas notas características del carisma de Santo Domingo podríamos señalar que Dios lo dotó de un carisma, en primer lugar sapiencial. A veces se piensa que la Orden surge de Santo Tomás de Aquino o de San Alberto Magno, y no es así. Santo Tomás de Aquino y San Alberto Magno son fruto de la Orden, como muchos otros doctores y teólogos de la Iglesia, que han sido opacados por la brillantez y la luz de Santo Tomás. La Orden tiene una tradición doctrinal y teologal profunda, que viene del carisma sapiencial de Santo Domingo, que percibió con toda agudeza la necesidad que había de instaurar la fuerza y la presencia viva de una doctrina que iluminara a la Iglesia.
Cuentan sus biógrafos que llevaba siempre en el camino el Evangelio de San Mateo y las Epístolas de San Pablo. Las conocía casi de memoria y las citaba casi de memoria. Era un hombre de doctrina, una doctrina no puramente conceptualizada sino bíblica, profundamente bíblica. La dimensión sapiencial de su carisma le hizo percibir a la Iglesia, no ya encerrada en su dimensión monástica y feudal. La Europa que se empezaba a gestar en su época era una nueva idea de Europa. Se desplomaba la Europa cerrada en la dimensión feudal y monástica y se abría a una realidad que después sería distorsionada por la modernidad. Santo Domingo enfrenta esta dimensión que se va a empezar a dar lentamente. Al dotarla a la Orden de un carisma sapiencial, (carisma del fundador que después se hace carisma fundacional), logra que la Orden sea un baluarte doctrinal en la lucha contra las herejías.
También podíamos decir que el carisma de Santo Domingo fue un carisma cultual. Con una dimensión cultual que ya se iba a apartar de la dimensión puramente monacal, porque él veía con lucidez que se desplomaba la Europa feudal, que había sido sostenida religiosamente por el monacato. Que había que abrir la dimensión a esta nueva Europa que estaba en las universidades, en los grandes centros de estudio, Paris, Nápoles, Bologna. La Europa de las nuevas rutas comerciales, la Europa de la inmigración campesina sobre la ciudad. Esta Europa del florín, de la moneda y del comercio. Su carisma es doctrinal, pero al mismo tiempo de predicación. Después Santo Tomás lo explicaría diciendo “dar de lo contemplado”. Un carisma doctrinal que se hace apostólico por predicación. Es una nota doctrinal-apostólica la del carisma de Santo Domingo. De esta manera se sale y al mismo tiempo se inserta en lo más tradicional de la vida de la Iglesia, como su doctrina y su culto. Pero poniendo el culto al servicio de la predicación y de la doctrina. Santo Tomás explicará, que la vida apostólica -como será después nuestra Orden Dominicana-, una orden apostólica, es más perfecta que la vida monástica, porque dice que es más perfecto iluminar que solamente brillar.
Su carisma, es un carisma también de gobierno. Santo Domingo tiene por gracia del Espíritu Santo, la percepción de cómo conducir su proyecto, esta nueva Orden que ha fundado. El carisma de gobierno del cual habla San Pablo en la Epístola a los Efesios, hace que Santo Domingo sepa bien como ordenar y organizar este proyecto y llevarlo adelante; con ecuanimidad, con hondura, con seriedad. Mirando siempre donde está el bien común y donde poder ordenar las cosas hacia el bien común. Al mismo tiempo una conciencia profunda de la realidad, del entorno circundante para poderlo asumir y procesar conforme a la dimensión cultual, sapiencial y de predicación de la Orden. Su talante espiritual era un talante armonioso, sereno, afable, alegre, comunicativo que le permitió ser un hombre de gobierno, un hombre de hombres y un hombre de ideas.
Si quisiéramos destacar cual es la perspectiva de la personalidad de Santo Domingo diríamos, que se dan en él estas tres características: hombre de ideas, hombre de hombres, hombre de empresas. Las tres realidades, que difícilmente se dan en una sola persona, en él se dieron y por eso pudo gestar la Orden Dominicana. Hay órdenes que desaparecen, porque el objetivo que tuvieron está demasiado inserto en su entorno histórico. Leía no hace mucho un artículo que en Francia, casi todas las congregaciones que surgen en el siglo dieciocho, fruto de la revolución francesa; esas congregaciones se van muriendo. Mientras que estas grandes ordenes, que son fruto de un padre espiritual, al tener un carisma universal se siguen manteniendo, más allá de los avatares que los tiempos pueden imponer.
Somos hijos de esta Orden ejemplar. Este es nuestro patrimonio, el de la Orden Dominicana, nuestra prosapia familiar, con Santo Domingo y los grandes doctores de la Iglesia dominicana. Sentir el orgullo de pertenecer a una familia con esta prosapia y ser capaces, con el tono propio de nuestro carisma, hacer presente al Señor Jesús, el Salvador, en el mundo de hoy. En Fasta esta prosapia dominicana se expresa en lo espiritual. Sin desmerecer el carisma de la Orden, le hemos tratado de dar una nueva inserción en la realidad de la sociedad contemporánea. Nuestro carisma tiene un tono propio, sin embargo, se nutre en la espiritualidad y en la vida misma de Santo Domingo. Santo Domingo nos proteja y nos ayude a llevar adelante esta empresa apostólica que se llama Fasta.