Te invitamos a leer esta homilía de nuestro Padre Fundador, donde nos ayuda a reflexionar sobre la presencia de María en nuestra obra de Fasta.
Hay siempre extrañas coincidencias, misteriosas coincidencias, cuando queremos leer los signos de Dios. Me preguntaba, ¿por qué Fasta apareció en la festividad de la Virgen del Rosario? No podría ser de otra manera. La Virgen del Rosario se le apareció a Nuestro Padre Santo Domingo, y él vió, bajo el manto de la Virgen, protegida toda su obra.
No podía ser de otra manera entonces, que comenzara, se iniciara esta obra que hoy es Fasta. Obra reconocida por la Iglesia, y que lleva el Espíritu, el temple, la prosapia de nuestra Orden Dominicana.
Quizá podríamos descubrir otras coincidencias. El evangelista Juan narra en su Evangelio aquel famoso milagro de las Bodas de Caná (Jn. 2, 1-11). Tres días después del diálogo de Jesús con Natanael, ustedes lo recuerdan, ocurre este milagro de las Bodas de Caná. Jesús llega a esa pequeña ciudad que dista unos 10 o 12 km aunque todavía no se sabe bien cuál de las dos Caná era, pero más o menos en promedio, son esos kilómetros al nordeste de Jerusalén. Y ahí llega el Señor. Había comenzado su vida pública, y en Caná va a hacer, lo dice el evangelista, el primer milagro donde públicamente se va a manifestar como el Hijo de Dios Encarnado.
Parece que la Virgen hacía ya unos días que estaba en Caná. Como era costumbre en las familias judías, cuando se trataba de una boda, los más amigos, los más allegados, llegaban unos días antes, sobre todo las mujeres, para acompañar y acicalarla a la novia. Algunos piensan que María tenía ahí algún pariente, algún lazo de parentesco con la que se casaba, con conjeturas. Pero lo cierto es que hacía ya unos días que estaba María. Llega Jesús y la Virgen lo recibe. Y en esas circunstancias la Virgen le participa a Jesús un hecho gravísimo, porque se habían quedado sin vino, y eso era una fiesta. Se acerca a Jesús y le dice de frente casi como implorándole, que haga un milagro, transformando el agua en vino. Jesús en principio se resiste a hacer el milagro, y le dice “¿y qué te va a ti y a mí, mujer?”, como si dijera: ¡qué me vienen con estas cosas! La palabra mujer no era peyorativa, sino que era una forma más respetuosa aún, que decir madre. En la Cruz también el Señor le dice: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. La Virgen, sin inmutarse por esta respuesta, que en principio contradecía lo que Ella quería, se vuelve a los que estaban ahí, y les dice: “Hagan lo que el él les diga”, y se produjo el milagro. Una serie de tinajas fueron llenadas con agua, y el agua se convirtió en vino, y los que lo tomaban se asombraban, porque decían ¿cómo es posible que ocurra esto? En las fiestas el vino bueno se da al comienzo, porque después, cuando todos ya no están en condiciones de discernir, se toman el malo. Aquí ha ocurrido al revés, el vino bueno aparece al final de la fiesta.
Hay que descubrir extrañas coincidencias, porque también Fasta hace su aparición pública en una fiesta de la Virgen. Y Fasta irrumpe para hacer lo que el Señor le diga.
Esta realidad que hoy es Fasta es indudablemente fruto de un milagro. Y no nos asombremos, los milagros ocurren, quizá lo más milagroso, como decía Chesterton, es que ocurren. Y no hay milagro en donde no esté presente la Virgen a partir de ese primer gran milagro que es el de la Redención, el de la Salvación. La Virgen es milagrosa. Ella hace posible y acompaña el más maravilloso milagro que se va a producir a partir de la Encarnación del Verbo de Dios. A partir de allí, todos los milagros la tendrán de alguna manera presente a la Virgen. También este milagro que es Fasta.
Aparece Fasta a la vida pública de la Iglesia, empieza a asomarse en una fiesta de la Virgen. La Virgen irá acompañando a Fasta en esta fiesta de la salvación que irá viviendo, y tendrá que seguir viviendo en el cumplimiento de la misión salvífica que el Señor le ha encomendado.
¿Acaso desde los comienzos no empezó el milagro del vino entre nosotros? ¿Acaso el vino nuevo que revienta los odres no empezó a circular en los corazones de los que se iban acercando? ¿Acaso no fuimos descubriendo unos a otros esta maravillosa fiesta del amor de Dios y del prójimo? La fiesta que celebramos, y que queremos celebrar en comunión, detrás de una vocación común, detrás de una misión común. Cuando nos falta el vino, aparece el milagro ¡Cuántos milicianos han ido cambiando la desabrida agua de sus vidas en vino fuerte y bueno con la gracia de Dios, con la Palabra de Dios, y la santidad que el Señor les descubrió en Fasta!
El milagro de Caná se sigue haciendo en Fasta, se sigue haciendo en la Iglesia, y como Fasta es Iglesia, este milagro sigue perdurando. El milagro de la conversión de las almas a Dios, el milagro de transformar nuestras vidas en luz, y sal. El milagro de sentir la embriaguez del amor de Dios en nuestros corazones. El milagro de sentir la alegría interior de la presencia del Señor. El milagro de descubrir que tenemos amigos y hermanos con los cuales compartir. El milagro de percibir que no estamos solos y abandonados en medio del pecado, que hay misericordia, que hay perdón, que hay redención, que hay amor. El milagro profundo de la amistad que toca siempre el estilo de la vida de Fasta. El milagro de los grandes desafíos que hemos asumido y que tendremos que seguir asumiendo. El milagro de poder renunciar a uno, para poner su ida al servicio de los demás. El milagro de los niños, nuestros niños escuderos y caperuzas. El milagro de los adolescentes templarios, adalides, herederas y nuestros milicianos, nuestras familias, nuestras obras. Aquí hay más de seis tinajas de agua transformadas en vino.
Acá hay un permanente misterio de la gracia que va transformando vidas, corazones, voluntades, espíritus, en el misterio de Dios, para que se haga viva la presencia del Reino en medio de nosotros.
Por eso ocurrió cuando tenía que ocurrir, en un día de la Virgen, porque los milagros siempre el Señor los hace por intermedio de la Virgen: Ella es la mediadora del primer milagro de nuestra salvación.
Le damos gracias al Señor, y le pedimos que la Virgen, que milagrosamente se apareció a Santo Domingo de Guzmán, nuestro Patrono entregándole el Santo Rosario como un modo de plegaria que después se extendería universalmente al mundo entero, se extienda su manto y nos proteja a todos nosotros. Ella la Madre de Dios, la pura, la Inmaculada, la tierna Madre que está siempre dispuesta a estar junto con nosotros en la vocación de Fasta.
Que la Virgen nos proteja, y nos ayude a seguir con fidelidad el camino que marcó aquella vez y para siempre: “hagan lo que Él les diga”.
Fr. Dr. Aníbal E. Fosbery O.P., María, Madre de Dios y Madre Nuestra, págs. 273- 275