Fray Aníbal Fosbery, un sacerdocio fecundo

A pocos días de su fallecimiento, el Pbro. Pablo Sylvester publicó esta semblanza que invita a ver el paso de Dios por la vida de nuestro Fundador.

El 5 de mayo se cumple el primer aniversario de la Pascua del Padre Fósbery quien falleció en Avellaneda, provincia de Buenos Aires y quisiera aquí hacer una reseña de lo que fue su vida y obra. 

Es claro que la misma ha de ser parcial dada la cantidad de cosas que hizo y emprendió, los diversos cargos y nombramientos que le fueron otorgados, como también su abundante producción escrita y su predicación, mucha de ella no desgrabada aún o bien grabada en el corazón de aquellos que la escucharon, porque fue un predicador y un gran predicador.

El padre se caracterizó por ser un hombre de bien, un varón cabal, de palabra. Una persona llena de empuje y energía, un hombre dotado para la acción y la convocatoria. Siempre lleno de vida y abriendo caminos y horizontes varios. Poseía condiciones naturales que encontraron cauce apostólico en el seno de la Iglesia. Él siempre tuvo un trato personal con todos aquellos que conoció, y cultivó en todos los casos que pudo, la amistad; el padre tenía muchísimos amigos, cosechó numerosas amistades a lo largo de su vida, muchos de los cuales se harían, claro, amigos entre sí. Sabía tratar a las personas, poseía un especial don de gentes…

Fósbery ha sido un sacerdote de Cristo fecundo; su fecundidad sacerdotal ha sido inmensa en tantos hijos que reconocen en él a un padre, en tantos que de él han recibido un gesto paternal, en tantos que lo recordarán y le agradecerán siempre. Fecundidad sacerdotal que se manifiesta en comunidades, forjadas bajo su impulso, donde fluye la vida de la gracia, en familias, jóvenes y niños nucleados en torno a la Palabra de Dios, la enseñanza de la Iglesia y los sacramentos.

Él ha sido un hombre de Dios, un religioso, un consagrado, un dominico, que transmitió lo que, en el silencio, contempló; no se reservó para sí lo contemplado, lo compartió con sus hermanos; lo transmitió con fuerza y pujanza, sembrando siempre certezas; lo contemplado por él fue entregado con convicción a través de su predicación singular.

Él vivió intensamente los tiempos. Los eclesiales: preconcilio, concilio, posconcilio; los nacionales con todas las vicisitudes de nuestro país inculcando siempre el amor a la Patria, un «amor sereno, viril y esperanzado por la Patria». Esa vitalidad lo llevó a ser incansable en sus andares, reuniones, campamentos, retiros, reuniones organizativas interminables, viajes, siempre rodeado de jóvenes, trabajador y laborioso, infatigable.

Me toca ahora pasar a detallar, al menos algo, de su vida y obra.

Él nace en la ciudad de Buenos Aires; sus padres son Aníbal Fósbery y Yolanda Riccio.[1] Vive los primeros años de su infancia en San Martín de los Andes que lo marcan profundamente.[2] Sus abuelos se habían radicado allí hacía mucho; siempre que pudo volvió a esos paisajes, en especial en los veranos, y sus amigos, por él, conocen y aprecian esa zona del sur argentino.

Pero su familia regresa a Buenos Aires y aquí realiza sus estudios primarios y secundarios, estos últimos en el colegio nacional Juan Martín de Pueyrredón. Terminando la secundaria se anotó e ingresó en el Colegio Militar de la Nación donde estuvo un par de años influyendo mucho aquí un tío suyo que era general del Ejército. Pero el padre tenía vocación sacerdotal.

Su vida religiosa y su discernimiento vocacional transcurrieron en dos lugares. Por un lado la parroquia y basílica San José de Flores atendida por el clero secular. Este era y es un lugar de suyo muy concurrido por la importancia cultual y religiosa que posee. Allí perteneció a la Acción Católica que nucleaba a un grupo numeroso de jóvenes.[3] Monseñor Arana (el párroco en aquel momento) lo aconsejaba o guiaba por entonces y esto explica que el padre ingresara en 1953 al seminario de Devoto, de la Arquidiócesis porteña. Pero y ¿cómo se hizo dominico? En realidad, junto con San José de Flores, Fósbery alternó con el convento dominicano, y en particular estaba marcado por el padre Marino, el prior que falleció muy joven y que lo exhortara a «heredar su cáliz». Mientras él se encontraba en Devoto un fraile le entrega en mano la vida de Santo Domingo escrita por el célebre dominico Lacordaire, y es entonces cuando él vuelve sobre sus pasos en el convento y en 1954 ingresa a la Orden. «Bernardo» pasa a ser su nombre al entrar en religión.

Toda su formación como religioso fue siempre en Buenos Aires en el convento de la Orden de Predicadores de Belgrano y Defensa, excepto unos meses luego del tremendo bombardeo de Plaza de Mayo y de la sacrílega y brutal quema de las iglesias de 1955, donde los estudiantes fueron enviados a Chile a esperar que se calmara la convulsión política que asolaba Argentina.

A su retorno (1956), manifiesta ya su aptitud para el apostolado juvenil y la convocatoria en ese ámbito para diversas actividades que incluían también los campamentos. Por entonces ya un primer grupo de jóvenes toma contacto con él y éstos mencionan a otros frailes que veían allí por el convento: Mario José Petit de Murat, Brian Farrely, Mario Pinto, Alberto García Vieyra, Domingo Renaudiére de Paulis.[4] Podemos, quizás, imaginarnos el clima religioso y de estudio teológico que por entonces se vivía y eso explica muchísimo de Fósbery; era llamativa la facilidad con que decía algunas sentencias latinas, algún aforismo, alguna frase o definición en latín, alguna cita de Santo Tomás, de la Escritura, siempre en la lengua del Lacio; expresiones dichas en el momento oportuno para enseñar, corregir, iluminar, lo que correspondiere. Expresiones que para muchos era la primera vez que las oíamos y que refleja a las claras el ambiente de formación y vida religiosa del que procedía.

Culminando su formación, monseñor Alejandro Schell, obispo de Lomas de Zamora lo ordenó sacerdote en 1959 y su primera Misa fue en la basílica de San José de Flores. Al poco tiempo viaja a Roma para continuar sus estudios y allí realiza en el Angelicum el doctorado en teología (1962). Su tesis versó sobre «La doctrina de la iluminación y el medioevo».[5]

Aun estando en Europa, él siempre recordaba qué fue lo que se le confió; es así que Fósbery cuenta que «en el puerto de Barcelona, y antes de regresar a Argentina, el padre provincial Manuel Fortea, conociendo mi facilidad para vincularme con los jóvenes, me dio la misión de formar un movimiento juvenil que fuera de la orden dominicana.»[6]

Al regresar a su país fue nombrado rector del colegio Santo Tomás de Aquino en Mendoza (1962-1970) que por entonces pasaba por momentos delicados, y al poco tiempo comenzaría a plasmar lo que se le había confiado. La ocasión fue una novena predicada en Leones, provincia de Córdoba, donde convoca a unos jóvenes y nace así la Milicia Juvenil Santo Tomás de Aquino; En esos años seguiría fundando en otras ciudades y luego Aniceto Fernández, maestro general de la Orden reconocería dicha milicia como una Fraternidad Laical de la Orden de Predicadores (1972), la Fraternidad de Agrupaciones Santo Tomás de Aquino.

Para la fecha de dicho reconocimiento ya había sido trasladado a San Miguel de Tucumán donde se había hecho cargo del rectorado de la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (1970-1990) lo cual le permitiría desplegar una inmensa actividad.

De la vida propia del movimiento por él suscitado surgirían las vocaciones sacerdotales iniciándose así la Fraternidad Sacerdotal Tomás de Aquino que por entonces tenía el aliento de monseñor Jorge Meinvielle (1985). Con mucha posterioridad (2005) crearía en el seno de la institución la Fraternidad Apostólica Santa Catalina de Siena para las mujeres de Fasta como un espacio de especial entrega y dedicación.

Seguimos en Tucumán, el padre tiene muchas responsabilidades, en un tiempo del todo enrarecido y complicado; es allí cuando escribe «El proceso ideológico de la Iglesia en Latinoamérica» (1981) donde él describe aquellos años de profundas alteraciones, a la vez que fija su postura y ubicación en aquellos años de borrasca.[7]

Sería designado al frente de la Organización de Universidades Católicas de América Latina (1985) y luego le tocaría encabezar el Consejo de rectores de universidades privadas (1988). Entre ambas designaciones escribe «La República ocupada» (1987) donde daría cuenta de la presencia de Antonio Gramsci en muchos aspectos de la vida política y cultural de Argentina. Siendo rector de la Universidad del Norte le entrega al padre Leonardo Castellani el doctorado honoris causa en su domicilio de calle Caseros.

El movimiento por él generado seguiría creciendo, en Tucumán inicia el colegio Boisdron (1978) y en Buenos Aires recibe de una congregación el actual colegio Catherina (1988). A su vez, de otra institución religiosa se le confía el colegio San Vicente de Paúl de Mar del Plata (1992), sobre el cual y bajo su impulso capitalizando toda su experiencia previa, daría nacimiento a la Universidad Fasta. Luego se sucederían varios colegios más que hoy trabajan articuladamente entre sí y con la universidad sobre lineamientos establecidos por él.

A todo esto Fósbery hacia 1991 está ya en Buenos Aires, vive en el barrio de Palermo Viejo, en el seminario de Fasta, dedicándose también a la formación de los futuros sacerdotes, a la vez que presidía y animaba a toda la Institución.

Con unos años ya de experiencia en el ámbito de la evangelización de la cultura, la familia y la juventud pública «La Cultura Católica» (1999), libro especialmente valorado por él, haciendo por entonces una pausa, entre muchas ocupaciones, para su redacción, pero que condensa cuál es su cosmovisión al respecto.[8]

Al expandirse su obra hacia otros países, la Fraternidad de Agrupaciones Santo Tomás de Aquino por él fundada sería reconocida como Asociación internacional de fieles de derecho pontificio (1997).

En Buenos Aires ya radicado sigue siempre estuvo impulsando proyectos, se integró a la Sociedad Internacional Tomás de Aquino (Sita) que por entonces presidía Abelardo Lobato o.p. y mencionó especialmente los simposios en homenaje a Ioseph Pieper y a Alberto Caturelli organizados por Fósbery; colaboró con la revista y editorial Gladius, y de esta editorial prologaría «La Iglesia, peregrina de los siglos» del húngaro Thomas Molnar.

Por otra parte, y dentro de su acción permanente invitaría y recibiría la visita de dos cardenales que llegan a Argentina: O’Connor de Nueva York (1998) y Rouco Varela de Madrid (2005).

Si bien lo que sigue es muy posterior en el tiempo y hubo muchas cosas en el medio, esta no pretende ser una crónica meticulosa ni mucho menos; quería decir que uno de sus últimos empeños personales fue la fundación de Fasta en el Congo, país que llegó incluso a visitar.

En otro orden de cosas y regresando a su condición de predicador, quienes asistieron a sus sermones y homilías pueden dar fe de lo peculiar que fue su estilo. De hecho, su predicación se inserta en la tradición de la antigua oratoria, al predicar gesticula de diversas formas, a la vez que juega con distintos tonos de voz; emplea los contrastes pasando de un énfasis inmenso a un silencio prolongado, creando suspenso y concitando la atención en el contenido que expone. Predicador que se emociona con lo que dice, se alegra, se entristece al expresarse, conmueve con lo que dice y conmoviéndose él, conmovía a los demás. En más de una ocasión arrancó aplausos espontáneos. Recursos estudiados y ensayados de la oratoria puestos al servicio de la predicación de la Palabra de Dios.[9]

Pues bien, llegaría el momento en que el despliegue destacado del hombre de acción y del predicador ya no sería posible, en que el paso de los años le fueron marcando, muy a pesar suyo, una merma del ritmo hasta entonces sostenido y así ante la vitalidad que disminuía acotaría sus viajes y limitaría cada vez más el énfasis y extensión de su predicación.

Fue entonces cuando se abocó con disciplina a escribir diversos libros buscando el apostolado doctrinal, la pastoral de la inteligencia, la edificación espiritual; las obras de este tiempo carecen del tono de las investigaciones eruditas, y procuran ser escritos que difunden la verdad con sencillez. Se abocó a esta faena ya que podía concentrar mejor sus tiempos y fuerzas en un objetivo que tuviera un resultado concreto creo.

Por entonces cerca suyo se rezaba y se cantaba el oficio divino. Se entonaban en su cercanía los salmos, antífonas e himnos, pero él prefería la recitación sencilla del oficio para poder aplicarse a este nuevo rubro de dedicación. Incluso retomó allí cierto impulso poético de otros tiempos.

Menciono algunos de los títulos de este tiempo fruto de su disciplina de trabajo:

«Las vertientes de la argentinidad» (2010); «Introducción a la Teología de Santo Tomás de Aquino» (2012); «Historias, recuerdos y poesías» (2014); «Profesión publica de la fe y renovación, en la sociedad actual» (2015); «Tras los pasos de Santo Domingo» (2016); «Patria y nación bicentenario de la argentinidad» (2016); «María, Madre de Dios y Madre nuestra» (2016); «Mis poesías» (2018); «Vida de santos» (2018); «Lo católico en la republica argentina (2018). A estas obras hay que sumar varias «Reflexiones en torno a textos del Evangelio» en varios tomos. Pero habíamos dicho que aquí la nómina de sus publicaciones no pretende ser exhaustiva.

Este tiempo de dedicación a sus escritos duró hasta que un incidente de salud y una cirugía compleja cambiaron todo (diciembre 2019), y luego de más de dos meses de recuperación en la clínica Fleni de Escobar se refugió en su casa de San Martín de los Andes donde transcurrió el último tiempo bien atendido y acompañado, visitado siempre por jóvenes, matrimonios y familias (todo muy acotado y controlado ahora, no ya con el vértigo de antes).

Incluso allí el laborioso Fósbery se hizo de una rutina de trabajo a la mañana y a la tarde cuando podía, del cual saldría su último libro publicado pocos días antes de su muerte. Libro en el que recoge recuerdos y experiencias de su vida y publica sus cartas desde Roma de su tiempo de estudiante en la ciudad eterna.[10]

Cuando comenzó a dejar la predicación por las dificultades en el habla, más de una vez hizo referencia a Lacordaire, el célebre predicador de Notre Dame de París que se había quedado mudo al final de su vida. Fósbery, por su parte, estuvo consciente y lúcido hasta el final y tuvo de su pérdida de vitalidad una dolorosa percepción seguramente hondamente ofrecida. Por entonces se proyectaba una cirugía en Buenos Aires y ante la visita de un grupo cualificado de Fasta expresó por video de wasap hablándonos a todos: «Yo ya me estoy yendo. Quiero viajar a Buenos Aires para darles a cada uno de ustedes un gran abrazo».

Falleció y su velorio fue fuera de lo común, en Buenos Aires hubo varias Misas de cuerpo presente en Palermo; muchísima gente viajó para despedirlo. Fueron días cargados de emoción, de lágrimas, de gratitud, de esperanza, de hermandad: de todo. Muchísimos hijos manifestando su agradecimiento ante un padre que había partido.

Quizá la antigua oratoria practicada por Fósbery no exista más como tampoco los sentidos panegíricos por los difuntos de otrora, sin embargo, el prior del convento de Santo Domingo al término de la misa exequial al concluir su excelente y sencillo sermón le dirigió unas palabras de despedida a Fósbery diciéndole: «has puesto alto el nombre de la Orden de Predicadores y el honor de la Santa Iglesia». [11] Breve expresión con la que hizo un inmenso elogio del sacerdote cuya vida intentamos parcialmente reseñar aquí.


[1] Fosbery, Aníbal,  Non nobis solum, los orígenes de la familia Fosbery, Aquinas, Buenos Aires, 2009. Su bisabuelo Mariano Fósbery, inglés, estaba casado con Mercedes Avendaños, santiagueña. Radicados en Bragado. Su abuelo Mariano Fósbery, mayor de caballería estaba casado con Asunción Miralles, se radicaron en San Martín de los Andes.

[2] Con ocasión del centenario, el padre le dedicaría un libro a esta ciudad.  Fosbery, Aníbal, San Martín de los Andes, historia de su fundación. Universidad Fasta, Buenos Aires, 1997.

[3] De Flores son Cacho D’Agostino, Jorge González Castañón y Jorge Bergoglio. Luego del 13-03-2013 Fósbery decía: “los dos somos de Flores, los dos entramos al seminario de Devoto. Luego él se hizo jesuita, yo dominico, él fue provincial de los jesuitas, yo de los dominicos, a él lo eligieron papa, a mí no”.

[4] Los camisas viejas, cincuenta años 1956-2006. Ediciones Fasta, Buenos Aires, 2006, 16-17.

[5] Fósbery, Aníbal, La doctrina de la iluminación y el medioevo. Universidad del norte Santo Tomás de Aquino, Tucumán, 1975. Posee prólogo de monseñor Derisi.

[6] Fósbery, Aníbal, Vocación y Misterio, MDA, Buenos Aires, 2022, 73.

[7] Fósbery, Aníbal, El proceso ideológico de la Iglesia en América latina, UNSTA, Tucumán, 1981.

[8] Fósbery, Aníbal, La Cultura Católica, Tierra Media, Buenos Aires, 1999.

[9] Fósbery, Aníbal, Estén Preparados, Aquinas, Buenos Aires, 2006. Fósbery, Aníbal, Parata Sunt Omnia, Ediciones Fasta, Buenos Aires, 2001. Ambos libros son desgrabaciones de sus predicaciones.

[10] Fósbery, Aníbal, Vocación y Misterio. Memorias, testimonios y miradas. Cartas desde Roma. MDA, Buenos Aires, abril, 2022.

[11] Hasta Dios, boletín digital, mayo 2022.

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