El Fundador en el corazón de la Ciudad

Con su legado el Padre Fosbery sigue vivo en cada comunidad de Fasta. ¿Cómo hacemos para no callar lo que hemos visto y oído?

*Extracto de la charla del Mil. Dr. Silvano Penna a los comunicadores de Fasta en el COFA 2023.

Lo primero que quiero decir, como un deber vinculado a la justicia, es GRACIAS.

Santo Tomás, siguiendo en este punto al gran jurista y filósofo romano Cicerón (aquél que impactó tan fuertemente en el corazón inquieto de San Agustín), enseñó que la virtud de la gratitud es una de las virtudes más bellas y que está íntimamente vinculada a la justicia, pero se diferencia de ésta en que el agradecido sabe que está en deuda y que esa deuda no se salda fácilmente. En la estricta justicia, en cambio, las deudas se pueden saldar. Cuando te das cuenta que eso no es así, brota el agradecimiento; y a mayor deuda insaldable, se nos reclaman otras virtudes, como la religión con relación a Dios; la piedad filial o patriótica, con relación a los padres o a la patria; y la veneración, con respecto a aquellas personas a las que consideramos superiores en dignidad y por ello sólo ad miramos, es decir, nos abajamos para mirarlas. En esta última virtud nos ubicamos nosotros, seguramente, con relación al Padre Fosbery. De ahí que hablar de él, próximo a cumplirse el primer aniversario de su Pascua, me genere una tremenda inquietud espiritual; y me honra.

Por otro lado, como miliciano de más de 50 años de vida en estas filas que compartimos, valoro enormemente esta iniciativa, que pretende ser un espacio de discernimiento espiritual y regocijo en torno al legado espiritual y doctrinal de nuestro Fundador. Por eso me gustó muchísimo el título sugerido para esta charla.

ALGUNOS RASGOS DE LA VIDA DE ANÍBAL FOSBERY

Quisiera ahora contarles a Uds. algunos rasgos de la personalidad y de la historia vital del Padre Fosbery, algunos seguramente novedosos, varios de ellos desconocidos para muchos de nosotros, aún de los que lo conocimos desde niños. Sigo en este punto sus obras “autobiográficas” que recomiendo enfáticamente que lean, quienes no lo hayan hecho aún: me refiero a “Historias, recuerdos y poesías” y a su obra póstuma, presentada poco antes de su muerte, “Vocación y misterio”. En ellas podemos descubrir por donde fluían sus más profundos amores y temores, sus más elevados ideales y sueños y sus más inquietantes sentimientos y pasiones.

Allí nos lleva el Cura, a través de su pluma poética. Y nos habla de la vida y de la muerte; de la patria, de sus héroes y de sus gestas; de los cielos y de la tierra; de los amores y de los dolores; de Dios, de los ángeles y de los hombres; de los hombres, de sus miserias y de sus anhelos; de terruños, de lugares y de paisajes; de sentimientos profundos y de sueños ocultos; de paradójicas bohemias realistas o de realidades bohemias; de alegrías, tristezas, triunfos y fracasos, sueños y pesadillas; y de amigos y de obras, de vocaciones y de misiones.

Es interesante conocer su vida a través de su propio relato y de sus poemas: revela una intimidad un tanto inquietante, con algunos tonos de drama, entre la tragedia y la comedia: cómo se fue manifestando Dios en la vida del niño/adolescente/joven Aníbal, a veces apodado “Indio” y para otros “Mariscal”, y cómo fueron interviniendo en ese proceso su familia y sus amigos. Es realmente conmovedor conocer cómo abrazó la vocación sacerdotal y el hábito dominico, y de las luchas interiores y exteriores que tuvo que sortear para conseguir, al fin, ese abrazo a la vez deseado e inspirado.

En esos tiempos hubo personas que fueron significativas o providenciales: por supuesto, su papá Aníbal (con quien tuvo una relación un tanto difícil para su vocación sacerdotal, pues lo quería militar); su mamá Yolanda (a quien le dedicó un par de hermosos poemas) y su hermana Zilka (que estuvo a su lado siempre, muchos pensamos que vivió y murió soltera como una opción de vida para acompañar a su hermano); también aparecen fuertemente presentes, imponiendo distintos tonos en su vida, sus abuelos Mariano y Asunción Fosbery y Antonio Miralles; sus tíos y primos; sus primeros grupos de amigos y su primer acto fundacional: el Club “General Balcarce”; su Primera Comunión, llevado de la mano de Don Lorenzo y Doña Guillermina, dueños de una lechería y heladería en donde se apostaba el grupito de “atorrantes” de Ramos Mejía, los amigos de la infancia de nuestro querido Cura.

Y debemos agradecerle especialmente a un compañero del Colegio Nacional Juan Martín de Pueyrredón, Enrique Rodríguez Nantes, quien lo invitó –y luego le insistió- a participar del grupo de la Acción Católica Secundaria; a partir de ese grupo podría conocer nuestro autor el Convento Santo Domingo y allí a un fraile que le marcaría su vocación: el P. Leopoldo Marini, de quien dice Fosbery, nada menos que: “… con él nuevamente iba a aparecer Dios en mi vida”. Recuerda también esta herencia que Marini le dejó con estas bellas palabras: “No te olvides, Mariscal, que tienes que heredar mi cáliz” … Por eso, todos los miembros de FASTA hoy deberíamos rezar un Padrenuestro agradecido al Padre Marini. A través de Marini, también Aníbal tuvo acceso a la biblioteca del Convento y allí a un autor y a un libro que también sería fundamental en su conversión y vocación: Giovanni Papini y su “Historia de Cristo”.

Luego, ya en el Colegio Militar, y afectado por la muerte de Marini, comenzó Aníbal a frecuentar otro grupo de amigos que sería también un gozne en su vida: un grupo de la parroquia de San José de Flores (en la que había tomado la primera comunión); allí, el primero que sale a su encuentro es Oscar Carlos D’Agostino, “Cacho”, quien desde entonces fuera un gran amigo del Cura –clave en la maduración de la decisión vocacional y en la misma historia de FASTA- hasta su trágica muerte, en 1981. Y en ese grupo conoció a un tal Jorge Mario Bergoglio, como el mismo Papa nos lo relató en el encuentro de septiembre del año pasado.

Luego de su salida del Colegio Militar empieza a frecuentar un grupo misionero dominico (AMAD), en donde conoce a Norberto Sorrentino, el amigo con quien compartió el discernimiento y la decisión vocacional de ingresar al Seminario, primero, y luego a la Orden.  

Al intentar interpretar lo que fue la infancia/adolescencia/juventud de nuestro Fundador, previo a su ordenación sacerdotal, me surgió una pregunta, que quiero compartir con Uds: si el Espíritu “sopla” donde quiere, y si es el Espíritu el que insufla el Carisma Fundacional; y si FASTA tiene los tonos carismáticos que tiene, me pregunto: ¿el Espíritu fue interviniendo desde siempre en modelar la historia y la persona de Aníbal?; o, por el contrario, ¿el Espíritu encontró en ese joven inteligente, estudioso y con tonos personales especiales una barca bien predispuesta, adecuada para soplar su viento fundacional?

Esta pregunta me surge porque al conocer la vida de nuestro Fundador uno descubre por qué en FASTA amamos a la Patria y cultivamos con devoción su historia y la historia de sus más grandes próceres; por qué adoptamos algunos modos algo “militares” en ciertas formas que llamamos “estilo”; por qué somos nuestra espiritualidad está fundada en la prioridad de la Gracia y en la libertad personal; por qué somos profundamente realistas y tomistas en nuestra doctrina y en nuestro modo de leer la realidad; por qué ese cierto apego, siempre flexible pero siempre presente, a la norma jurídica justa, para regir la organización; por qué esa opción cultural y familiar de formar y educar a los jóvenes en los Rucas y en los Colegios y la Universidad…

Es que si Fosbery fue un niño, un adolescente y un joven de a caballo en las fronteras de la Patria; y si fue amigo de sus amigos, en barrios porteños que vieron forjar su faz de liderazgo y apostolado; si fue hijo y nieto de militares y de educadores; si fue estudiante en el Colegio Militar y hasta incursionó brevemente en la carrera de Derecho; si entre ser jesuita y dominico, que se le presentaban como opciones para cambiar el Seminario, eligió ser Fraile de la Orden de Santo Domingo, y, con ello y por ello, un profundo teólogo tomista; si todo eso descubrimos en este hermoso testimonio vital, vuelve la pregunta: ¿el Espíritu lo eligió ya joven, por esos tonos personales, y en él sopló?; o bien, ¿el Espíritu lo forjó desde la eternidad, preparándolo para soplar en él la Gracia hecha Carisma?

Queda la pregunta. Pero creo que la respuesta sólo la tiene el mismo Espíritu Santo.

EL FUNDADOR DE FASTA

Lo demás, es la historia más “conocida”: su ordenación sacerdotal; su inmediato viaje a Roma, para estudiar en el “Angelicum”, en donde en poco más de dos años logró un récord: obtuvo los títulos de licenciado y de doctor en teología: sus primeros libros, “El hábito de los primero principios” y “La doctrina de la iluminación y el medioevo” son fruto de las respectivas tesis.

Vuelve de Roma con una misión: “pro iuventute”, es decir, ejercer el apostolado sacerdotal con y para los jóvenes. Y, misteriosamente, es enviado a predicar una novena a la Virgen del Rosario, en su día, a un pueblito de Córdoba, Leones; y allí funda la “Milicia Juvenil Santo Tomás” y nace el primer Ruca, “Ruca Nahuel”; luego sigue a Mendoza, para asumir el desafío de “enderezar” un colegio dominico en crisis, el colegio “Santo Tomás de Aquino”; y allí también convoca a “la milicia” a otro grupo de jóvenes; y surge el segundo Ruca: “Ruca Curá”.

Mientras “la Milicia” crecía “como crecen las flores” y se extendía “como el agua entre las piedras”, el Cura fue convocado a asumir otra institución de la Orden en crisis: la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino. Allí, no sólo enderezó la barca y, por 20 años, la condujo con firmeza y sabiduría, sino que siguió fundando Rucas en todo el país; y también desde allí pudo entrever una nueva opción pastoral para Fasta: la cultura y, en especial, la educación: en ese contexto surgió nuestro primer colegio, el Boisdron; y empezó a gestarse la ilusión de la universidad propia.

Pero también en esos tiempos comienza a gestarse la Fraternidad Sacerdotal y el Cura “des-cubre” y nos “de-vela” que “porque fuimos Ciudad crecimos”. Se gesta lo que estaba en el origen: somos Ciudad en la ciudad; ciudad de Dios en medio de la ciudad de los hombres.

¿QUÉ NOS QUEDA A NOSOTROS COMO CIUDAD?

Nos toca hacer presente en el corazón de la Ciudad Miliciana, la vida, la obra y la doctrina de nuestro Fundador. Cada uno, desde su ámbito y en su espacio, debe colaborar para mantenerlo vivo, en la memoria y en la conciencia de las generaciones presentes y futuras.

Tal vez, un camino sea dar a conocer las distintas facetas de su riquísima personalidad, que hoy son los tonos propios y, en cierto sentido, carismáticos, de nuestro Movimiento:

  • La alegría: el Cura tenía una alegría desbordante y contagiosa. Por eso nos dejó esa consigna en el Preámbulo: “Un estilo que no es moda, sino modo; un estilo que es virtud, condimentado con la sal de la alegría de quien se reconoce valioso porque sirve”.
  • La amistad miliciana: Fosbery fue gran amigo de sus amigos y motivó siempre la amistad entre todos. Nos enseñó, con Santo Tomás, que la amistad es “comunicación de bienes”.
  • El amor a la patria: nuestro Fundador fue un gran patriota y nos inculcó a todos ese amor. De allí que nos regaló esa bellísima definición de patria: “ese recóndito llamado de la sangre que nos impulsa a amarla como destino y realidad”.
  • El compromiso militante: sin dudas, Fosbery fue el emblema de la militancia que nos contagió a todos. De allí que en el Preámbulo nos enseña: “Para nosotros, la vida es milicia… A la Iglesia la concebimos en sus tres estados: peregrinante, purgante y triunfal.
  • La comunidad: cuando alguna vez le preguntaron al Fundador qué hacía Fasta. Él dijo, simplemente: forma comunidades de Fe.
  • El diálogo Iglesia-mundo: el Cura siempre nos enseñó a leer los signos de los tiempos del mundo, pero sin perder la mirada en la eternidad y la fidelidad a la Iglesia.
  • La formación integral: El cura nos enseñó “Nuestro estilo, es la virtud” porque no había aspecto de la vida de una persona que deba ser ajeno a la preocupación formativa.
  • La organización: siempre nos enseñó a obedecer las normas justas, pero también que éstas deben estar al servicio del hombre y no al revés.
  • La actitud de servicio: El Cura fue profundamente servicial, siempre atento a las necesidades de su “próximo”. De allí la consigna siempre vigente: “vale quien sirve, servir es un honor”.
  • El fervor, la magnanimidad y la magnificencia: Éste fue un tono tan evidente de su personalidad, que ejercía en los demás un cierto magnetismo de atracción. De allí aquella vieja consigna miliciana que nos propuso: “¿hasta dónde  podemos llegar cuando hay fervor para hacer algo?”
  • El equilibrio en la relación laicos – consagrados: Siempre quiso y soñó su misión al servicio de lo laical. Por eso dice que Fasta es una institución de laicos “con” sacerdotes y consagradas. 
  • La espiritualidad dominicana: fue un hombre de espiritualidad profunda. Por eso en el preámbulo exige guardar una devoción especial por la Orden Dominicana manifestada, de modo especial en la devoción a la Santísima Virgen del Rosario en sus muchas advocaciones y a los Santos de la Orden.
  • La doctrina tomista: Fosbery fue un gran tomista, un gran filósofo y teólogo; pero no sólo en lo intelectual (que lo fue) sino también en el modo de leer la realidad: un realista, en el sentido más metafísico del término.

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