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Viernes Santo - Adoración de la Cruz

“Tan grande es la gracia de Dios y su amor a nosotros que hizo a favor nuestro más de lo que podemos entender”.

Padre David Bertinetti

Viernes-Mchimp

Te invito a leer

Como es necesario que el cristiano crea en la encarnación del Hijo de Dios, así también es necesario que crea en su pasión y muerte. Porque, como dice S. Gregorio: No nos aprovecharía nada el haber nacido, si no nos hubiese aprovechado el ser redimidos. Mas esto, que Cristo haya muerto por nosotros, es tan arduo (o incomprensible), que apenas lo puede captar nuestro entendimiento; más aún, no cae de ningún modo en nuestro entendimiento. Y esto es lo que dice el Apóstol en Hch 13,41 citando a los profetas, en concreto a Habacuc en el pasaje que sigue: Hago una obra en vuestros días, tal que no la creeréis si alguien os la contare; y en Hab 1,5: Ha tenido lugar en vuestros días una obra que nadie la creerá cuando se narre. Tan grande es la gracia de Dios y su amor a nosotros que hizo a favor nuestro más de lo que podemos entender.

Sin embargo no debemos creer que Cristo de tal modo sufrió la muerte, que muriera su divinidad, sino que murió su naturaleza humana. Pues no murió en cuanto era Dios, sino en cuanto que era hombre. 

(…)

Pero ¿qué necesidad hubo de que el Verbo de Dios padeciese por nosotros? ¡Grande! Puede colegirse una doble necesidad. Una, como remedio contra el pecado; otra, para ejemplo en cuanto a las cosas que hacer.

  1. A) En cuanto al remedio, porque en la pasión de Cristo encontramos remedio para todos los males en que incurrimos por el pecado. E incurrimos en cinco males:

1.º En la mancha. Pues cuando el hombre peca, afea su alma. Porque así como la virtud del alma es su belleza, así el pecado es su mancilla: ¿Qué pasa, Israel, que en el país de los enemigos te has… manchado con los muertos? (Bar 3,10). Pero esto lo borra la pasión de Cristo, pues Cristo con su pasión dispuso un baño con su sangre, con el que lavar a los pecadores: Nos lavó de nuestros pecados con su sangre (Ap 1,5). En el bautismo se lava el alma con la sangre de Cristo; pues por la sangre de Cristo (el bautismo) tiene (su) virtud regeneradora. Y por eso cuando se mancha uno (después) por el pecado, injuria a Cristo y peca más que antes: Si alguno anula (o viola) la Ley de Moisés, con (el testimonio de) dos o tres testigos muere sin compasión ninguna; ¿cuánto más pensáis que merece suplicios mayores quien conculcare al Hijo de Dios y tuviera por profana la sangre de Cristo? (Heb 10,28-29).

2.º Incurrimos en ofensa de Dios. Pues como el carnal ama la belleza carnal, así Dios (ama) la espiritual, que es la belleza del alma. Cuando, pues, el alma se mancha con el pecado, Dios es ofendido y tiene odio al pecador: Son odiosos a Dios el impío y su impiedad (Sab 14,9).

Mas borra esto la pasión de Cristo, que satisfizo a Dios Padre por el pecado, por el cual el hombre mismo no podía satisfacer; y su amor y obediencia fueron mayores que el pecado y prevaricación del primer hombre: Siendo enemigos (de Dios) fuimos reconciliados por la muerte de su Hijo (Rom 5,10).

3.º En tercer lugar incurrimos en la enfermedad (espiritual). Pues el hombre, cuando peca una vez, cree poder contenerse después de pecar. Mas sucede todo lo contrario. Porque por el primer pecado se debilita y se hace más propenso al pecado. Y el pecado le domina más; y cuanto es en sí, se coloca en tal situación de no poder levantarse, a no ser por el poder divino, como quien se tira a un pozo. Por donde después que el hombre pecó, nuestra naturaleza se debilitó y se corrompió; y entonces el hombre fue más propenso a pecar. Mas Cristo aminora esta debilidad y enfermedad, aunque no la quitara del todo. Sin embargo de tal manera fue confortado el hombre por la pasión de Cristo y debilitado el pecado, que no sólo puede dominarlo, sino que puede trabajar, ayudado por la gracia de Dios, que le confiere en los sacramentos, los cuales reciben su eficacia de la pasión de Cristo, de modo que pueda escapar (resilire) de los pecados: Nuestro hombre viejo ha sido crucificado con Cristo para destrucción del cuerpo del pecado (Rom 6,6). Pues antes de la pasión de Cristo pocos ha habido que hayan vivido sin pecado mortal; mas después, muchos han vivido y viven sin pecado mortal.

4.º En cuarto lugar incurrimos en el reato del castigo. Pues la justicia de Dios exige esto: que quienquiera que peque sea castigado. Y el castigo se mide por la culpa. Por donde, como la culpa del pecado mortal sea infinita, como contra un bien infinito, a saber, Dios, cuyos preceptos desprecia el pecador, el castigo debido al pecado mortal es infinito. Mas Cristo por su pasión nos quitó este castigo y lo sufrió él mismo: Nuestros pecados –esto es: la pena por el pecado– la sufrió él en su cuerpo (1 Pe 2,24). Pues la pasión de Cristo fue de tanta virtud que basta para expiar los pecados de todo el mundo, aunque fuesen cien mil. De ahí proviene que los bautizados quedan desatados de todos los pecados. De ahí también, que el sacerdote perdone los pecados. De ahí también, que quienquiera que se identifica más con la pasión de Cristo consigue mayor perdón y merece más gracias.

5.º En quinto lugar incurrimos en el destierro del reino. Pues quienes ofenden al rey son obligados a exiliarse del reino. Así el hombre por el pecado fue expulsado del paraíso. Por ello Adán, nada más pecar, fue echado del paraíso y se cerró su puerta. Mas Cristo, con su pasión, abrió aquella puerta y volvió a llamar al reino a los desterrados. Abierto el costado de Cristo, se abrió la puerta del paraíso; y derramada su sangre, fue quitada la debilidad, expiada la pena y los desterrados son llamados de nuevo al Reino. De ahí es que al ladrón inmediatamente se le dice: Hoy estarás conmigo en el Paraíso (Lc 23,43). Esto no se dijo antiguamente: no se dijo a cualquiera, a Adán, a Abrahán o David; sino que hoy, esto es: cuando se abrió la puerta, el ladrón pidió perdón y lo encontró: Teniendo confianza en la entrada del (santo de) los santos –el santuario– por la sangre de Cristo (Heb 10,19). Así que es evidente la utilidad por parte del remedio.

  1. B) Mas no es menor la utilidad en cuanto al ejemplo. Pues, como dice S. Agustín, la pasión de Cristo basta para modelar totalmente nuestra vida. Quienquiera que desee llevar una vida perfecta, no haga otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la cruz y desee lo que Cristo deseó.

En la cruz no falta ejemplo ninguno de virtud. Pues si buscas un ejemplo de caridad: Ninguno tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos (Jn 15,13). Y eso lo hizo Cristo en la Cruz. Y por eso, si él dio su vida por nosotros, no nos debe parecer grave soportar por él cualquier (clase de) males: ¿Qué pagaré al Señor por todas las cosas que él me dio? (Sal 115,12).

(…)

Te invito a meditar

Queridos hermanos:

Estamos transitando este Triple Jubileo de nuestro Santo Patrono, que mejor que dejarnos llevar por Santo Tomás en este día tan importante para nuestra vida cristiana, para nuestra salvación. Tanto en la lectura como en la oración nos adentremos en el misterio de nuestra fe, aquella entrega total del Hijo de Dios por nuestra redención. El acontecimiento salvador de la Cruz, debemos aplicarla a nuestras vidas, porque como nos enseña nuestro Padre Fundador: “Nadie se salva si no es desde la Cruz. El signo de nuestra salvación en este paso itinerante es el del Dios crucificado. Después vendrá la contemplación misteriosa del Dios resucitado, pero ahora nuestro Dios es, el Dios de la Cruz. Y este Dios de la Cruz, se va haciendo presente en nuestra vida, a medida que más quiere expresarnos su misericordia, y entonces, uno va descubriendo ésa extraña realidad de dolores, de sufrimientos, de fracasos, de impotencias, que sin la Cruz terminan haciéndonos resentidos, desilusionados, escépticos y desesperanzados.

Pero cuando desde la fe, descubrimos el verdadero sentido de las palabras evangélicas, hay que tomar a la Cruz, hay que asirse de la Cruz, porque ahí está el Señor. Y descubrir que en esa Cruz está Cristo.”

Que en este Viernes Santo, al venerar la Cruz, no la miremos como un espectáculo que no tiene nada que ver con nuestra vida, sino que es el camino que eligió Dios para su Hijo para rescatarnos del pecado y darnos su vida, así mismo es el camino de cada uno de nosotros para ser verdaderos hijos de Dios y como dijo Santa Rosa de Lima “fuera de la Cruz no hay otra escalera para subir al Cielo”.

Te invito a rezar

Concédeme, Dios misericordioso, que desee yo con ardor lo que Tú apruebas, que lo busque con prudencia, lo reconozca con verdad, lo cumpla con perfección, en alabanza y gloria de tu nombre.

Pon orden en mi vida, y concédeme conocer lo que quieras que haga; concédeme cumplirlo debidamente y como sea útil para la salvación de mi alma.

Que me dirija a Ti, Señor, por un camino seguro, recto, agradable y apto para llevarme al término; un camino que no se extravíe entre las prosperidades y las adversidades, de modo que yo te dé gracias en las cosas prósperas y en las adversas conserve la paciencia, no dejándome exaltar por las primeras ni abatir por las segundas.

Que nada me regocije ni me atribule, fuera de aquello que a Ti me lleve o me aparte de Ti. Que no desee gustar o tema desagradar a nadie sino a Ti. Que todo lo perecedero se vuelva vil ante mis ojos por tu causa, Señor, y que todo lo que contigo se rehuse me sea caro; más tú, mi Dios, que todo el resto.

Que toda alegría que exista sin ti me fatigue y fuera de ti nada desee. Que todo trabajo, Señor, me sea agradable si es para ti, y todo reposo ajeno a Ti me sea insoportable. Concédeme elevar frecuentemente mi corazón a Ti y, cuando desfallezca, pesar mi falta con dolor, con propósito firme de corregirme.

Hazme, Señor, obediente sin contradicción, pobre sin defecto, casto sin corrupción, paciente sin protesta, humilde sin ficción, alegre sin disipación, triste sin abatimiento, contenido sin rigidez, activo sin ligereza, animado por tu temor sin descorazonamiento, sincero sin duplicidad, hacedor del bien sin presunción, capaz de reprender al prójimo sin altanería, edificándole con palabra y ejemplo sin falso semblante.

Concédeme, Señor Dios, un corazón vigilante, que ningún pensamiento curioso arrastre lejos de Ti; un corazón noble que ninguna indigna afección rebaje; un corazón recto, que ninguna intención equívoca desvíe; un corazón firme, que ninguna adversidad destroce; un corazón libre, que ninguna violenta pasión subyugue.

Concédeme, Señor Dios mío, una inteligencia que te conozca, una diligencia que te busque, una sabiduría que te encuentre, una vida que te plazca, una perseverancia que te espere con confianza y una confianza que al fin te posea. Concédeme ser afligido por tus penas en la penitencia, usar en el camino tus beneficios por la gracia, gozar de tus goces sobre todo en la patria por la gloria. Oh Tú,  que siendo Dios vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

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