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Domingo de Resurrección

Domingo-Web

Te invito a leer

Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran.

Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba». El entró y se quedó con ellos.

Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.

Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?». En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!».

Palabra de Dios

Te invito a meditar

Si nos atenemos a los datos que nos da San Pablo, estas apariciones fueron muchas, porque él habla que “se le apareció a más de 500 hermanos, de los cuales algunos todavía sobreviven” (1Cor 15, 3-9). Pero los relatos que están en el Evangelio son estos, sumados a los de Galilea.

Esta aparición del Resucitado en Emaús nos permite algunas reflexiones, a nosotros que somos también itinerantes, que estamos peregrinando hacia la Casa del Padre, el Señor, el Resucitado, camina con nosotros, nuestro camino no lo hacemos solos, en este peregrinar hacia la Casa del Padre, nos acompaña el Señor. Hay una viva presencia del misterio de la resurrección en el misterio de la Iglesia, ahí podemos encontrar nuestro caminar con el del Resucitado.

No necesitamos estar en la cavilación y en la duda como estaban los de Emaús, nosotros ya sabemos que el poder y la fuerza del Dios resucitado están en la Iglesia. Peregrinar hacia la Casa del Padre es peregrinar en la Iglesia. Y en todo caso, nuestra Ciudad Miliciana nos asegura que ese peregrinar nuestro, es peregrinar en la Iglesia. Peregrinando en la Iglesia estamos seguros de que vamos a caminar con el Resucitado.

Pero además, estos eran dos, uno se llamaba Cleofás, el otro no sabemos, pero eran dos. También el Señor nos recuerda que está peregrinación hacia la Casa del Padre no se puede hacer solo, hay que estar en comunidad. Al menos tenemos que tener otro que nos acompañe en la marcha, “porque allí donde estén dos reunidos en mi nombre, yo estaré en medio ellos”.

Caminar en comunidad a la Casa del Padre como los de Emaús iban de a dos, como los apóstoles a quienes el Señor enviaba de a dos. Caminar en comunidad, tener esa actitud de recibirlo al Señor a partir de la comunidad. Es decir, instaurar algún espacio de comunión para que se haga presente el Resucitado.

La Ciudad Miliciana es el lugar donde nosotros podemos expresar esta comunión en peregrinación y en marcha hacia la Casa del Padre. Estamos ciertos y seguros que nos va a acompañar el Resucitado con su gracia.

En este peregrinar siempre hay anocheceres, tentaciones, situaciones duras, pruebas, el Señor ya lo había profetizado, éste no va a ser un peregrinar exitoso, sin dificultades, es un peregrinar con una cierta sensación de que peregrinamos desde la cruz, y en la cruz. Estamos peregrinando en el tiempo y asumiendo toda la impronta de miseria, de pecado y de muerte que acompaña este peregrinar en el tiempo. Bueno, ahí es el momento de descubrir que en ese anochecer del peregrinar hay que invocarlo al Señor, “quédate con nosotros porque anochece”.

Cada vez que el anochecer invada nuestro corazón, que las tinieblas oscurezcan nuestros sentidos, que el cansancio debilite nuestras fuerzas, “Señor quédate con nosotros porque anochece”. No le pedimos que nos quite de la oscuridad, sino que Él nos acompañe en la oscuridad, porque en todo caso, ese modo de oscuridad, sea el que fuere, asumido con el Señor se transforma en cruz, y transformado en cruz es siempre redentiva, salvífica, “Señor quédate con nosotros porque anochece”.

Finalmente, decíamos que este peregrinar hay que hacerlo en la Iglesia porque ahí está el Resucitado; y el sacramento que mejor expresa este signo de resurrección que está presente en la Iglesia, es la Eucaristía. Por eso, los discípulos descubren que ese misterioso personaje es Jesús resucitado, en el momento que sentados a la mesa parte el pan y lo distribuye. No sé si en ese momento se trataba estrictamente de la Eucaristía, algunos estudiosos dicen que no, otros dicen que si, en todo caso, si no consagró el pan como lo había consagrado en la Última Cena, sin embargo, ese signo de partir el pan los llevó inmediatamente al misterio de la Eucaristía, y ahí se hizo presente a los sentidos de los discípulos el Crucificado. Señal que estos discípulos ya habían tenido alguna información, o experiencia de esa presencia misteriosa de Jesús en el pan consagrado.

Entonces nosotros queremos peregrinar como los discípulos de Emaús, con Jesús acompañándonos, en comunión con los hermanos, para que actúe entre nosotros la fuerza del Resucitado, y para que se haga presente en nuestras pruebas y dificultades.

Y sabemos que esa fuerza de resurrección está en la Iglesia y se expresa de modo especial en el sacramento de la Eucaristía, “el que come mi pan y bebe mi sangre, no morirá eternamente, y yo le resucitaré en el último día” (Jn. 6, 53-54).

Como los discípulos de Emaús tenemos que descubrir siempre la gracia de la resurrección desde la vida eucarística, el Señor nos de esta fuerza interior, esta valentía interior, para poder ser siempre hombres eucarísticos. Para que podamos tener siempre la valentía de comer el cuerpo y la sangre del Señor. Así estaremos seguros que nuestro peregrinar será comunión y será viático, es decir, camino que nos lleva al Cielo.

Te invito a rezar

Recemos juntos con las últimas estrofas de la Secuencia de Corpus Christi, escrita por Santo Tomás de Aquino, para que siempre podamos reconocer en la Eucaristía al Señor Resucitado, como lo hicieron los discípulos de Emaús, que lo reconocieron al partir el pan. 

 

Lauda Sion (Secuencia de la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo)

He aquí que el pan de los ángeles 

se ha vuelto viático de viajeros, 

verdadero pan de los hijos 

que no ha de ser dado a los perros.

De antemano prefigurado 

en Isaac donde se le inmola; 

cual cordero pascual designado: 

se da en el maná a nuestros padres.

Oh buen Pastor, pan verdadero, 

Jesús, ten piedad de nosotros, 

aliméntanos y protégenos, 

alcánzanos todos tus bienes 

en la tierra de los vivientes.

Tú que todo lo puedes y sabes, 

que nos alimentas, mortales, 

haznos allá los comensales.

Compañeros y coherederos 

de los santos ciudadanos. Amén.

 

¡Que Dios te bendiga y Feliz Pascua de Resurrección!

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