Con la imposición de las cenizas este día comenzamos un tiempo penitencial en la Iglesia para preparar nuestros corazones mirando la Semana Mayor del año litúrgico, la Semana Santa.
Ahora dice el Señor: Vuelvan a mí de todo corazón, con ayuno, llantos y lamentos. Desgarren su corazón y no sus vestiduras, y vuelvan al Señor, su Dios, porque Él es bondadoso y compasivo, lento para la ira y rico en fidelidad, y se arrepiente de sus amenazas. ¡Quién sabe si él no se volverá atrás y se arrepentirá, y dejará detrás de sí una bendición: ¡la ofrenda y la libación para el Señor, su Dios!
¡Toquen la trompeta en Sion, prescriban un ayuno, convoquen a una reunión solemne, reúnan al pueblo, convoquen a la asamblea, congreguen a los ancianos, reúnan a los pequeños y a los niños de pecho! ¡Que el recién casado salga de su alcoba y la recién casada de su lecho nupcial!
Entre el vestíbulo y el altar lloren los sacerdotes, los ministros del Señor, y digan: «¡Perdona, Señor, a tu pueblo, no entregues tu herencia al oprobio, y que las naciones no se burlen de ella! ¿Por qué se ha de decir entre los pueblos: ¿Dónde está su Dios?»
El Señor se llenó de celos por su tierra y se compadeció de su pueblo.
Palabra de Dios
Con la imposición de las cenizas este día comenzamos un tiempo penitencial en la Iglesia para preparar nuestros corazones mirando la Semana Mayor del año litúrgico, la Semana Santa.
Todos los cristianos buscaremos como peregrinos en el desierto del mundo, pero sostenidos en la esperanza cristiana volvernos a Dios para recibir la gracia y empezar una vida nueva.
Nos sostiene en nuestra fe miliciana el tener la certeza que nos ha revelado Dios Padre en su Hijo Jesucristo que el Señor quiere la conversión del pecador y no su muerte.
Escuchemos lo que nos enseña el Papa Francisco sobre este día:
“La cuaresma nos sumerge entonces en un baño de purificación y de despojamiento; quiere ayudarnos a quitar todo “maquillaje”, todo aquello de lo que nos revestimos para parecer adecuados, mejores de lo que realmente somos. Volver al corazón significa volver a nuestro verdadero yo y presentarlo tal como es, desnudo y despojado, frente a Dios. Significa mirarnos por dentro y tomar conciencia de quiénes somos realmente, quitándonos las máscaras que a menudo usamos, disminuyendo el ritmo de nuestro frenesí, abrazando la vida y la verdad de nosotros mismos. La vida no es una actuación, y la cuaresma nos invita a bajar del escenario de la ficción para volver al corazón, a la verdad de lo que somos. Volver al corazón, volver a la verdad.
Por eso, esta tarde, con un espíritu de oración y humildad, recibimos la ceniza sobre nuestra cabeza. Es un gesto que quiere remitirnos a la realidad esencial de nosotros mismos. Somos polvo, nuestra vida es como un soplo (cf. Sal 39,6; 144,4), pero el Señor —Él y solamente Él, y nadie más— no permite que ese polvo que somos se desvanezca; Él lo recoge y lo plasma para que no lo dispersen los vientos impetuosos de la vida y no se disuelva en el abismo de la muerte.
La ceniza puesta sobre nuestra cabeza nos invita a redescubrir el secreto de la vida. Nos advierte: mientras sigas usando una armadura que cubre el corazón, mientras sigas camuflándote con la máscara de las apariencias, exhibiendo una luz artificial para mostrarte invencible, permanecerás vacío y árido. En cambio, cuando tengas la valentía de inclinar la cabeza para mirar tu interior, entonces podrás descubrir la presencia de un Dios que te ama y te ama desde siempre; finalmente se harán añicos las corazas que tú te has construido y podrás sentirte amado con un amor eterno.”
Señor, hoy comenzamos el tiempo de Cuaresma.
Un camino de reflexión y conversión.
La ceniza nos recuerda nuestra fragilidad
y la necesidad de volver a Dios.
Ayúdanos a ser conscientes de nuestras acciones,
permanecer fieles a tu palabra
y al igual que tú, no rechazar la cruz,
para poder compartir contigo la resurrección.
Bendice esta ceniza que vamos a recibir
como compromiso para esta Cuaresma.
Fortalece nuestra fe y llénanos de tu amor.
Amén