Del 28 de julio al 3 de agosto el Papa convocó a los jóvenes de todo el mundo a celebrar el Jubileo de la Esperanza. Yo tuve la gracia de responder a ese llamado junto a un grupo de 56 jóvenes de Fasta.
Este viaje por ciudades de España, Francia e Italia fue mucho más que un recorrido geográfico: fue un itinerario espiritual que preparó nuestro corazón antes de llegar al corazón de la Iglesia en Roma.
Hay cuatro lugares que dieron un sentido especial al viaje para muchos de nosotros:
En Lourdes nos recibió nuestra Madre la Virgen. Allí compartimos la misa internacional con más de 500 mil fieles, rezamos el rosario en comunidad, adoramos al Santísimo y participamos de la procesión de antorchas. Dos momentos me conmovieron de manera especial: caminar por las calles de Santa Bernardita —su casa, su historia, la gruta donde se le apareció la Virgen— y participar del rosario de antorchas, rezando junto a peregrinos de todo el mundo, muchos de ellos cargando enfermedades y confiando sus vidas a María. Nunca había sentido tan palpable la confianza de los hijos en su Madre.

Otro momento inolvidable fue en Toulouse, al rezar en la tumba de Santo Tomás de Aquino. Aunque el templo de los Jacobinos funciona hoy como museo, nos permitieron celebrar allí la Eucaristía. Entre turistas que apenas comprendían lo que pasaba, nosotros ofrecimos esa misa por toda la obra de Fasta y por la Fraternidad Sacerdotal en su 40° aniversario. Celebrar en ese lugar, frente al santo que inspiró toda la obra de Fasta, fue un regalo inmenso.

Ya en Italia, Turín nos acercó a Pier Giorgio Frassati, patrono de la Agrupación Milicianos. Recorrimos las calles de la ciudad haciendo parada especial en varias iglesias donde Pier Giorgio se nutría espiritualmente y ejercía su apostolado. Visitamos su capilla de adoración, la parroquia donde rezaba el rosario y colaboraba en la noche de caridad. Tuvimos la gracia de viajar a un pueblo más alejado en la montaña donde conocimos su casa de verano. Cargada de recuerdos, fotos y objetos de su vida, allí celebramos la Eucaristía y pusimos en sus manos a todos los jóvenes universitarios de nuestras comunidades. Fue muy conmovedor saber que él había transcurrido allí sus días y como su casa y su familia eran también un lugar de apostolado, aspecto que todos podíamos transportar a nuestro día a día.

En Siena, de la mano de Santa Catalina, visitamos la Iglesia de Santo Domingo donde ella asistía a misa y rezaba diariamente, conocimos su casa que actualmente se convirtió en un Santuario, compartimos la Eucaristía y pudimos visitar su pequeña celda, el lugar que ella había reservado durante los primeros años de su vida para dedicarle su tiempo a Dios en la oración. Lugar muy especial, cargado de un silencio de profundo encuentro con Jesús.

¡Y llegamos a los pies de Pedro!
Cada calle de Roma estaba llena de cantos y banderas juveniles.Rezamos en las basílicas papales y en Santa Maria Sopra Minerva, frente a las reliquias de Santa Catalina y Pier Giorgio. También compartimos un encuentro con jóvenes argentinos, donde la misa, la peña y nuestro folclore hicieron sentir a todos el calor de casa.
El momento culminante llegó en Tor Vergata, con más de un millón de jóvenes en vigilia con el Papa León XIV. Esa noche nos dejó un mensaje sobre la amistad:
“Ámense en Cristo. La amistad puede cambiar verdaderamente el mundo. La amistad es el camino para la paz.”
Luego siguió la adoración eucarística: toda la multitud en silencio ante la Presencia del Santísimo. La vigilia, iluminada por el pasaje de los discípulos de Emaús, nos recordó que “el encuentro con el Cristo resucitado cambia nuestra existencia, ilumina nuestros afectos, deseos y pensamientos.”
Por la mañana, el Papa regresó para celebrar la Misa de clausura. Antes de despedirnos, nos dejó una invitación que me quedó grabada en el corazón: “Aspiren a cosas grandes, a la santidad, allí donde estén. No se conformen con menos.”
Ese llamado es ahora tarea y misión: llevar la luz del Evangelio a nuestras comunidades, con la alegría de sabernos parte de una Iglesia viva y joven.
