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Virgen de Luján

¡Madre de Cristo y Madre de la Iglesia! Te acogemos en nuestro corazón, como herencia preciosa que Jesús nos confió desde la cruz.

(Extracto de la oración de San Juan Pablo II)

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Te invito a leer

Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien Él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo.» Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre.»

Y desde aquel momento, el discípulo la recibió como suya.

Palabra de Dios.

Te invito a meditar

La Virgen de Luján

Un hacendado portugués, Antonio Farías de Sá, vecino de la ciudad de Córdoba del Tucumán, encargó a un paisano suyo, residente en Pernambuco (Brasil), una imagen de la Virgen María en la advocación del misterio de la Purísima Concepción para ser expuesta a la veneración en la capilla que estaba construyendo en su estancia del pago de Sumampa (Santiago del Estero). Desde Brasil se le envió la imagen pedida y otra más de la Maternidad de la Virgen, acondicionadas separadamente en dos cajones, que desde el puerto de Pernambuco fueron transportadas a Buenos Aires en el navío del capitán Andrea Juan, el cual arribó a destino por el mes de marzo de 1630.

En el camino real a Córdoba, allá por principios del mes de mayo, cuando la tropa de carretas se encontraba a orillas del Río Luján, en un paraje denominado del “Árbol sólo”, la imagen que representaba la Inmaculada Concepción determinó quedarse milagrosamente en aquel lugar para amparo y veneración de los pobladores de la zona. Convirtiéndose con el paso de los años en Patrona del antiguo Virreinato del Río de la Plata; y luego de las repúblicas hermanas de Argentina, Uruguay y Paraguay.

Los bueyes de la carreta que transportaba las imágenes en un momento no pudieron siquiera moverse. Descargado una de los cajones continuaba sucediendo lo mismo. Pero al hacerlo con el que contenía la Inmaculada Concepción, la carreta rodó sin dificultad alguna. Lo mismo sucedió cuando colocaron arriba el otro cajón con la Maternidad, por lo que continuaron el viaje con ella sola hasta su destino final, los pagos de Sumampa. Este es precisamente el origen del Santuario de Ntra. Sra. de la Consolación de Sumampa, en la provincia de Santiago del Estero, compañera de viaje de la Inmaculada Concepción de Luján.

El primer sentimiento que embargó el corazón de los troperos y demás personas presentes fue el asombro; y después de las consabidas demostraciones de devoción y respeto, entendiendo que aquella imagen de la Purísima Concepción deseaba quedarse en ese preciso lugar, resolvieron trasladarla a la casa de la estancia de la familia Rosendo. Se trataba de la población más próxima a la vera del camino real, llamada también entonces, por su ocupante actual, de Bernabé González Filiano. Allí la depositaron, en el mejor lugar de la vivienda, y le improvisaron un precario altar, donde comenzó a ser venerada la Santa Imagen.

Te invito a rezar

¡Dios te salve, María, llena de gracia, Madre del Redentor!

Ante tu imagen de la Pura y Limpia Concepción,

Virgen de Luján, Patrona de Argentina,

me postro en este día aquí, en Buenos Aires,

con todos los hijos de esta patria querida,

cuyas miradas y cuyos corazones convergen hacia Ti;

con todos los jóvenes de Latinoamérica

que agradecen tus desvelos maternales,

prodigados sin cesar en la evangelización del continente

en su pasado, presente y futuro;

con todos los jóvenes del mundo,

congregados espiritualmente aquí,

por un compromiso de fe y de amor;

para ser testigos de Cristo tu Hijo

en el tercer milenio de la historia cristiana,

iluminados por tu ejemplo, joven Virgen de Nazaret,

que abriste las puertas de la historia al Redentor del hombre,

con tu fe en la Palabra, con tu cooperación maternal.

 

¡Dichosa tú porque has creído!

En el día del triunfo de Jesús,

que hace su entrada en Jerusalén manso y humilde,

aclamado como Rey por los sencillos,

te aclamamos también a Ti,

que sobresales entre los humildes y pobres del Señor;

son éstos los que confían contigo en sus promesas,

y esperan de E1 la salvación.

Te invocamos como Virgen fiel y Madre amorosa,

Virgen del Calvario y de la Pascua,

modelo de la fe y de la caridad de la Iglesia,

unida siempre, como Tú,

en la cruz y en la gloria, a su Señor.

 

¡Madre de Cristo y Madre de la Iglesia!

Te acogemos en nuestro corazón,

como herencia preciosa que Jesús nos confió desde la cruz.

Y en cuanto discípulos de tu Hijo,

nos confiamos sin reservas a tu solicitud

porque eres la Madre del Redentor y Madre de los redimidos.

Te encomiendo y te consagro, Virgen de Luján,

la patria argentina, pacificada y reconciliada,

las esperanzas y anhelos de este pueblo,

la Iglesia con sus Pastores y sus fieles,

las familias para que crezcan en santidad,

los jóvenes para que encuentren la plenitud de su vocación,

humana y cristiana,

en una sociedad que cultive sin desfallecimiento

los valores del espíritu.

Te encomiendo a todos los que sufren,

a los pobres, a los enfermos, a los marginados;

a los que la violencia separó para siempre de nuestra compañía,

pero permanecen presentes ante el Señor de la historia

y son hijos tuyos, Virgen de Luján, Madre de la Vida.

Haz que Argentina entera sea fiel al Evangelio,

y abra de par en par su corazón

a Cristo, el Redentor del hombre,

la Esperanza de la humanidad.

 

¡Dios te salve, Virgen de la Esperanza!

Te encomiendo a todos los jóvenes del mundo,

esperanza de la Iglesia y de sus Pastores;

evangelizadores del tercer milenio,

testigos de la fe y del amor de Cristo

en nuestra sociedad y entre la juventud.

Haz que, con la ayuda de la gracia,

sean capaces de responder, como Tú,

a las promesas de Cristo,

con una entrega generosa y una colaboración fiel.

Haz que, como Tú, sepan interpretar los anhelos de la humanidad;

para que sean presencia salvadora en nuestro mundo

Aquel que, por tu amor de Madre, es para siempre

el Emmanuel, el Dios con nosotros,

y por la victoria de su cruz y de su resurrección

está ya para siempre con nosotros,

hasta el final de los tiempos.

Amén.

(Oración de San Juan Pablo II, Avenida 9 de Julio – Buenos Aires, Domingo 12 de abril de 1987)

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