“En este día empezó a resonar la trompeta de la predicación evangélica y desde entonces las lluvias de carismas y los ríos de bendiciones cayeron sobre la tierra desierta y árida, porque para reanimar el aspecto del mundo el Espíritu Santo se cernía sobre las aguas (Gen., 1, 2), y para ahuyentar las viejas tinieblas refulgían los rayos de la nueva luz y con el brillo de las lenguas de fuego aparecía la palabra de Dios iluminada y su elocuencia como encendida, puesto que estaban dotadas de fuerza para iluminar el entendimiento y de fuego para consumir el pecado”.
Extracto de la reflexión de San León Magno.
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse.Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían: «¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua? Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios». Unos a otros se decían con asombro: «¿Qué significa esto?». Algunos, burlándose, comentaban: «Han tomado demasiado vino».
Palabra de Dios.
Los Apóstoles son instruidos por el Espíritu Santo. Se declara el misterio de la Santísima Trinidad y se refutan los errores contra el Espíritu Santo. Todos los cristianos saben, mis amados hermanos, que la festividad de hoy merece celebrarse entre las principales y nadie discute la reverencia especial que este día se merece, puesto que fue santificado por el Espíritu Santo con un señaladísimo milagro de su bondad.
Este es el día décimo a partir de aquel en que subió el Señor sobre lo más encumbrado del cielo para sentarse a la diestra de Dios Padre y es el quincuagésimo contando desde el día de su Resurrección, brillando ahora en todo su esplendor lo que entonces se anunció y encerrando en sí maravilloso cúmulo de antiguos y nuevos misterios, que finalmente en esta fiesta se aclaran al adivinarse ya la gracia en la antigua ley y aparecer ahora la ley plenamente cumplida por la gracia.
Como en otro tiempo fue dada la ley al pueblo hebreo, libertado de los egipcios, en el día quincuagésimo después de la inmolación del cordero en el monte Sinaí, así también, después de la Pasión de Cristo, en que fue sacrificado el verdadero Cordero de Dios, el día quincuagésimo después de su Resurrección el Espíritu Santo descendió sobre los Apóstoles y sobre todo el pueblo de creyentes, para que fácilmente el cristiano sagaz conozca que los comienzos del Viejo Testamento prefiguraban ya los principios del Evangelio, estableciendo la segunda alianza el mismo Espíritu que instituyó la primera.
Pues como nos narran los Hechos apostólicos al cumplirse los días de Pentecostés y estando todos los discípulos en un mismo lugar, se percibió un ruido que venía del cielo, como de viento impetuoso que se acerca, y llenó toda la casa en donde estaban reunidos. Y aparecieron distribuidas entre ellos como lenguas de fuego que se posasen sobre las cabezas de cada uno, y fueron llenos del Espíritu Santo, comenzando a hablar con otras lenguas, conforme el Espíritu Santo hacía que hablasen (Act. Ap., 2, 1). ¡Oh, cuán veloz es la palabra de la sabiduría, y siendo Dios el maestro que pronto se aprende lo que se enseña! No necesitaron de intérprete para entender, ni de práctica para hablar, ni de tiempo para consagrarse al aprendizaje, sino que iluminando cuando quiso el Espíritu de verdad los vocablos peculiares de las diversas lenguas se hicieron familiares en la boca de la Iglesia.
En este día empezó a resonar la trompeta de la predicación evangélica y desde entonces las lluvias de carismas y los ríos de bendiciones cayeron sobre la tierra desierta y árida, porque para reanimar el aspecto del mundo el Espíritu Santo se cernía sobre las aguas (Gen., 1, 2), y para ahuyentar las viejas tinieblas refulgían los rayos de la nueva luz y con el brillo de las lenguas de fuego aparecía la palabra de Dios iluminada y su elocuencia como encendida, puesto que estaban dotadas de fuerza para iluminar el entendimiento y de fuego para consumir el pecado.
San León Magno
Ven, Espíritu Creador,
visita las almas de tus fieles
llena con tu divina gracia,
los corazones que creaste.
Tú, a quien llamamos Paráclito,
don de Dios Altísimo,
fuente viva, fuego,
caridad y espiritual unción.
Tú derramas sobre nosotros los siete dones;
Tú, dedo de la diestra del Padre;
Tú, fiel promesa del Padre;
que inspiras nuestras palabras.
Ilumina nuestros sentidos;
infunde tu amor en nuestros corazones;
y, con tu perpetuo auxilio,
fortalece la debilidad de nuestro cuerpo.
Aleja de nosotros al enemigo,
danos pronto la paz,
sé nuestro director y nuestro guía,
para que evitemos todo mal.
Por ti conozcamos al Padre,
al Hijo revélanos también;
Creamos en ti, su Espíritu,
por los siglos de los siglos
Gloria a Dios Padre,
y al Hijo que resucitó,
y al Espíritu Consolador,
por los siglos de los siglos. Amén.