“Como toda jovencita de Israel, quizás intuía que podía llegar a ser la Madre del futuro Mesías que el pueblo aguardaba. Pero eso no lo supo hasta el día de la Anunciación”.
La Natividad de la Virgen es una de las fiestas marianas más antiguas. Se cree que su origen está ligado a la fiesta de la dedicación, en el siglo IV, de una antigua basílica mariana de Jerusalén, sobre cuyas ruinas fue construida en el s. XII la actual iglesia de Santa Ana. La tradición dice que en este lugar estuvo la casa de los padres de María, Joaquín y Ana, donde nació la Virgen.
La fiesta comenzó a celebrarse en Roma en el siglo VIII, con el Papa Sergio I. Es la tercera fiesta de la “natividad” en el calendario romano, que conmemora la Natividad de Jesús, el Hijo de Dios (25 de diciembre, Navidad); la de San Juan Bautista (24 de junio) y la de la Santísima Virgen María, el 8 de septiembre. En los Evangelios no hay datos que confirmen esta fecha ni los nombres de los padres de María, que la tradición toma del Protoevangelio de Santiago, un escrito apócrifo del siglo II.
En este día de la Natividad de la Virgen María, se celebra en Argentina el día de la Vida Consagrada. Si bien la Jornada Mundial por la Vida Consagrada se celebra el 2 de Febrero, fiesta de la Presentación de Jesús, en la Argentina, debido a que la fecha coincide con el tiempo de vacaciones, la Conferencia Episcopal determinó hace unos años que la Jornada de la Vida Consagrada se traslade al 8 de septiembre.
Del Evangelio según Mateo
“Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: “La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel”, que traducido significa: «Dios con nosotros»” (Mt 1,18-23)
Festejamos la Natividad de la Virgen. El evangelio de Mateo que nos propone la Iglesia para esta liturgia (1, 1-16. 18-23), con la prolija serie de la genealogía de Jesús, nos muestra la perspectiva del misterio de la Encarnación. El evangelio de Mateo está afirmando que Jesús es verdadero hombre, que estaba enraizado en la historia misma del pueblo de Israel a través de todos esos nombres concretos que le precedieron en la genealogía, y volvieron su biografía y su historia hasta la Virgen misma, que también vivió su biografía y su historia.
Jesús no aparece como una suerte de fantasma, o de enviado que de repente irrumpe en la historia desde afuera de la misma, sino que, como verdadero hombre, su naturaleza humana está enraizada en la historia misma del pueblo elegido. Para que Jesús, el verdadero hombre- Dios pueda encarnarse, pueda ser verdadero Dios y verdadero hombre, María está inserta en la historia del pueblo de Israel, es hija del pueblo de Israel, es la principal protagonista desde el punto de vista del orden humano.
Joaquín y Ana la recibieron a la Virgen con toda la alegría con que se recibe a un hijo que nace, a una niña. San Andrés de Creta dice que nació la Virgen, la amamantaron y después empezó a crecer, hasta que llegó el momento de asumir el protagonismo que el ángel le iba a anunciar.
Pero esta niñita que llegaba al mundo desde la historia misma del pueblo elegido, venía con una impronta ya distinta. Era igual a todas las niñas de Israel, pero venía con la gracia que Dios le había concedido, que era la de no tener pecado original. Venía limpia de pecado original, porque la carne de María tenía que estar preparada para recibir al Verbo de Dios. Entonces esta niñita tenía que tener las características que supone no tener el pecado original. Porque el pecado original es lo que interfiere y nos quita la justicia original y la gracia original. La justicia original que se manifiesta por el desorden de nuestra naturaleza, la oscuridad de la inteligencia, la debilidad en la voluntad, y el desorden en los apetitos frente a la razón. Ese es el fomes peccati, aquí aparece la herida del pecado original en la naturaleza.
Y la otra cosa que produce el pecado original es la pérdida de la santidad original, es decir, de la Gracia de Dios, que tenemos que recuperarla con el Bautismo.
Lo asombroso de la Virgen es que no tenía ninguna de estas dos cosas, porque se la preservó del pecado original con la Inmaculada Concepción. Esto que es una verdad dogmática y que fue definida en el siglo XIX, sin embargo está presente en la tradición y en la vida de la Iglesia desde siempre. La Iglesia siempre la consideró a la Virgen como Inmaculada, la Inmaculada Concepción.
¿Cómo era esta niña sin las dos heridas del pecado original? Es fácil imaginarlo. Su inteligencia era luminosa y con su voluntad, ordenada sin más al bien de Dios, podía ordenar al cúmulo de sus facultades y potencias inferiores.
La Virgen tenía un orden perfecto de la razón a la verdad de Dios tal como se manifestaba en el Antiguo Testamento. Es decir que la Virgen, cuando la edad se lo permitió tenía conciencia de las verdades milagrosas. El Todopoderoso había comenzado a hacer “cosas grandes” en ella. Con su voluntad, sin interferencias del pecado original, ni actual, podría ordenar muy bien todos los actos de su vida cotidiana a cumplir el bien de Dios. También los dones del Espíritu Santo fueron cumplidos en su espíritu y, de esa manera, podía ejercer con mayor rapidez, eficacia y gusto, el ejercicio de la estructura teologal y moral de su existencia.
Liberada del pecado original y actual por la redención preventiva de los méritos de Cristo, se mostraba siempre misteriosamente en la presencia de Dios. Ya adolescente tuvo clara conciencia que su concupiscencia, sometida a una fe y razón teologal, no respondía a la necesidad y exigencia moral de un futuro matrimonio desde donde iba a ayudar a la sobrevivencia de la especie. ¿A qué la ordenaba su espíritu? Aún no lo sabía. Como toda jovencita de Israel, quizás intuía que podía llegar a ser la Madre del futuro Mesías que el pueblo aguardaba. Pero eso no lo supo hasta el día de la Anunciación.
La Doncella de Nazaret acababa de cumplir los quince años.
Te invitamos a rezar esta oración, de los himnos del Breviario Romano, cuya traducción fue hecha por el poeta argentino Francisco Luis Bernárdez.
HIMNO A LA SANTÍSIMA VIRGEN
Salve estrella del mar,
Santa Madre del Verbo,
Salve perpetua Virgen,
Puerta feliz del cielo.
Tú que oíste aquel Ave
De la boca arcangélica,
Danos la paz más firme
Cambiando el nombre de Eva.
Liberta a los cautivos,
Cura los ciegos ojos,
Aleja nuestros males,
Danos los bienes todos.
Demuestra que eres Madre,
Y haz que oiga nuestras súplicas
Quien nació por nosotros
Tomando carne tuya.
Oh singular Doncella,
Benigna como nadie:
Líbranos del pecado,
Haznos castos y suaves.
Danos vida impoluta
Y seguro sendero
Para que, viendo a Cristo,
Siempre nos alegremos.
Loado sea el Padre,
Honrado sea el Hijo,
Y ambos glorificados
Sean con el Espíritu.
Amén.