Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Mt. 6, 6-7.
Jesús dijo a sus discípulos:
“Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres, para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo.
Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de tí, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”.
Purificar mi corazón
Transitar la Cuaresma nos pone frente a una exigencia de purificación interior. Tenemos que superar la justicia de los escribas y fariseos, que eran quienes mejor conocían en el pueblo de Israel la Ley y, sin embargo, no la cumplían con pureza de corazón, con rectitud de intención; era una justicia exterior, de afuera y no de adentro.
La Cuaresma reclama entrar en el interior del corazón para purificarlo, para que esta justicia de adentro sea la que me pone en la presencia de Dios y en comunión con Dios. Lo primero que reclama el Señor es esta actitud interior del corazón que me mueve a reconciliar y a perdonar a mi hermano. Que me mueva a no hacer daño al prójimo.
La Cuaresma tiene que purificar mi corazón de modo que no quede nada de resentimiento, de dolor, de sospecha frente a cualquiera de mis hermanos. Es quizá la exigencia moral más difícil del Evangelio porque puesta en su punto límite, exige perdonar al enemigo. No hay ningún filósofo en la humanidad con toda la luminosidad del espíritu con que hayan podido penetrar los comportamientos humanos, no hay ninguna filosofía en el mundo que reclame este perdón del enemigo; solamente el Evangelio.
La purificación interior del corazón es tan importante que el Señor le da prioridad. La purificación, el perdón, la reconciliación y el amor, tienen prioridad sobre el mismo cumplimiento de la virtud de religión, que es la virtud moral más importante, aquella por la cual tengo que darle a Dios el culto debido. Sin embargo, este culto no será el debido y por lo tanto, no estaré cumpliendo con la virtud de la religión, y por tanto, estaré realizando una actitud exterior, un rito formal sin contenido, si quiero cumplir con este culto de Dios, con esta virtud que me religa a Dios a través del culto y de la alabanza pero estoy resentido con mi hermano (Mt. 5, 23- 24).
Todavía el Evangelio va más lejos; puede ser que no esté resentido pero que el que esté resentido sea mi hermano. En ese caso, también tengo que buscar la reconciliación. Y si no busco la reconciliación, el ejercicio de la virtud religiosa, el ejercicio de mi vida cultural, se transforma en una hipocresía exterior.
Transitar la Cuaresma, purificar el corazón, quitar resentimientos, odios, envidias, mezquindades, sospechas. Acercarnos al Crucificado y que desde la Cruz del Señor se limpien todas esas miserias para poder resucitar con Cristo en la Pascua.
En la reflexión que meditamos, nuestro Padre Fundador nos invitaba a purificar el corazón y a transitar la Cuaresma sin resentimientos, sin odios, ni rencores. Este tiempo privilegiado que la Iglesia nos regala, siempre es una oportunidad para renovarnos espiritualmente y revisar aquellas cosas que nos van alejando de nuestra relación con el Señor.
Para ello, te proponemos hacer un buen examen de conciencia para poder realizar esta purificación interior a la que nos invita Jesús. Te dejamos acá una propuesta:
Oración
Padre misericordioso, abre ahora mis ojos para que descubra el mal que he hecho y el bien que he dejado de hacer, y mueve mi corazón para que lo convierta sinceramente a Tí. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
1.Dice el Señor: “Amarás a tu Dios con todo el corazón”.
-¿Tengo presente a Dios en mi vida? ¿Lo amo sobre todas las cosas? ¿Pongo en Él mi confianza y lo busco por encima de todo?
-¿Dedico tiempo a la oración? ¿Participo en las oraciones de la Iglesia, especialmente en la Eucaristía de los domingos?
-¿Me preocupo por mi formación cristiana, cultivando y profundizando mi fe? ¿Me adhiero firmemente a la doctrina de la Iglesia y cumplo sus mandamientos?
-¿He manifestado mi condición de cristiano en la vida pública y privada, dando así testimonio del Evangelio?
-¿Tengo reverencia y amor al nombre de Dios, o le ofendo con blasfemias, juramentos falsos o usando su nombre en vano? ¿He actuado de igual modo con la Virgen María y los Santos?
-¿Participo en la vida y las tareas de la Iglesia? ¿Colaboro económicamente para sostener sus necesidades?
2.Dice el Señor: “Amaos unos a otros como yo os he amado”.
-¿Tengo auténtico amor a mi prójimo? ¿Me porto con los demás como quiero que ellos se porten conmigo? ¿Utilizo a los otros para mis fines y provecho? ¿He dado cauce al odio, rencor, o he sabido perdonar las injurias y ofensas por el amor de Cristo?
-¿He escandalizado gravemente a otros con mis palabras o mis acciones?
-En la familia, ¿fomento el amor, el respeto, la compresión, la colaboración y el perdón?
-Como hijo, ¿me intereso por los problemas de la familia? ¿Respeto a mis padres y dialogo con ellos?
-¿He causado algún daño a la vida, la integridad física, la fama, el honor o los bienes de otros? ¿He procurado, colaborado o inducido el aborto? ¿He puesto en peligro mi vida o la de otros conduciendo peligrosamente? ¿He rechazado por egoísmo testimoniar la inocencia de otros?
-¿He robado o deseado injusta y desordenadamente los bienes de los demás o les he causado perjuicios? ¿He procurado restituir y reparar los daños?
-¿Comparto mis bienes con lo los que están más necesitados que yo? ¿Obro con justicia en mi profesión? ¿Cumplo mi trabajo con eficacia y dedicación?
-¿Defiendo a los oprimidos, ayudo a los necesitados o me desentiendo de ellos?
-¿Cumplo mis deberes cívicos? ¿Pago mis impuestos según lo que me corresponde?
-¿He mentido faltando a la verdad y a la fidelidad con perjuicio de otros? ¿He calumniado, difamado, he dado falso testimonio o violado algún secreto?
3.Dice el Señor: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”
-¿Vivo verdaderamente como cristiano y me esfuerzo por orientar mi vida hacia Dios?
-¿Qué uso hago de mi tiempo, de mis fuerzas, de los dones que Dios me ha dado? ¿Rindo debidamente en el trabajo y/o en el estudio? ¿Soy perezoso y abandonado?
-¿He actuado en contra de mi conciencia por miedo, por respeto humano o por hipocresía?
-¿Me acepto a mí mismo y mis limitaciones? ¿Reconozco y trato de corregir mis defectos?
-¿Soporto con paciencia los dolores y contrariedades de la vida? ¿Mortifico mi cuerpo?
-¿Me dejo llevar por mi orgullo y mis pasiones? ¿He abusado de la comida o de la bebida?
-¿He guardado la pureza y la castidad no solo en obras, sino también en pensamientos y palabras? ¿He evitado las ocasiones y peligros de pecar? ¿He sido motivo u ocasión de que otros pequen?
-¿Doy gracias a Dios por la vida y los demás dones que de Él he recibido? ¿Pienso en la Vida Eterna? ¿Me preocupo y rezo por la paz en mi entorno y en el mundo? ¿Soy artífice de paz?