Buscar

Domingo de Ramos

“Dispongamos nuestro corazón para verlo, pero levantemos nuestra mirada. Jesús está en la Cruz. Jesús es el Dios Crucificado, ahí comienza el Reino, ahí comienza el misterio de la esperanza”.

Fray Aníbal E. Fosbery

DomingoDeRamos

Te invito a leer

Cuando Jesús y los suyos se aproximaban a Jerusalén, estando ya al pie del monte de los Olivos, cerca de Betfagé y de Betania, Jesús envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo; y si alguien les pregunta: “¿Qué están haciendo?”, respondan: “El Señor lo necesita y lo va a devolver en seguida.”»

 Ellos fueron y encontraron un asno atado cerca de una puerta, en la calle, y lo desataron. Algunos de los que estaban allí les preguntaron: «¿Qué hacen? ¿Por qué desatan ese asno?»

Ellos respondieron como Jesús les había dicho y nadie los molestó. Entonces le llevaron el asno, pusieron sus mantos sobre él y Jesús se montó. Muchos extendían sus mantos sobre el camino; otros, lo cubrían con ramas que cortaban en el campo. Los que iban delante y los que seguían a Jesús, gritaban: «¡Hosana! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito sea el Reino que ya viene, el Reino de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!»

Te invito a meditar

Jesús emprende el camino hacia Jerusalén. De Betania a Jerusalén había apenas unos cuatro kilómetros, era el domingo a la mañana, porque Él respetaba la obligación judía del sábado. Se dirige con sus discípulos, y detrás de sus discípulos empiezan a rodearlo una multitud de hombres y mujeres que ya habían ido a Jerusalén para preparar la Pascua, y que enterados de que Jesús estaba en Betania, se habían acercado a verlo (Jn. 11, 55- 57). Jesús provocaba curiosidad, había hecho nada más y nada menos, que el milagro de resucitar a un hombre. Por otro lado, seguramente que en el camino, en el corto camino, también se le acercaron aquellos que estaban dispuestos en Jerusalén a recibir a las delegaciones que llegaban para celebrar la Pascu, y salían grupos de judíos a recibir a los que llegaban, para unirse luego en procesión cantando y alabando a Dios. 

De tal manera, que poco a poco se fue generando una enorme procesión de hombres, de mujeres y niños, pero lo extraño del caso es que estos hombres, estas mujeres y estos niños, poco a poco, movidos por el espíritu de Dios, movidos por el Espíritu Santo, empezaron a alabar a Dios. Y empezaron a testimoniar, más allá de lo que ellos podrían querer o no querer, saber o no saber, a decir: “Hosanna al Hijo de Dios. Hosanna al Hijo de David ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! (Jn. 12, 12- 13). Y esta era la aclamación, la manifestación, la afirmación más clara de que Jesús era el Hijo de Dios. 

Los fariseos increpan entonces a los que así gritaban, pero no se atreven a hacerlo de frente, tenían miedo a la recepción del pueblo, y se acercan a los mismos discípulos de Jesús, y les dicen a ellos que actúen (Lc. 19, 39- 40). Y cuando los jóvenes y los niños también empiezan a alabar a Dios, y decir “Hosanna al Hijo de Dios, hosanna al Hijo de David…”, también se ponen nerviosos y le dicen a sus discípulos “¡miren lo que dicen estos!” Y entonces el Señor les dice que los dejen, porque si ellos se callan, hasta las mismas piedras lo van a alabar a Dios (Lc. 19, 36- 40). ¿No habéis escuchado acaso que de la boca de los niños recibiréis la perfecta alabanza?

Se estaban cumpliendo las profecías. Jesús llegaba montado en un pollino, era recibido por el pueblo, por los niños, por los jóvenes, por las mujeres, por los hombres. Todos alababan a Dios y todos manifestaban que el que llegaba era el Hijo de Dios (Jn. 12, 12- 16). 

(…) Empezaba a oscurecer y Jesús se acercaba a su Muerte. Con su Muerte vendría la Luz sobre el mundo. Aquellos griegos querían ver a Jesús, tenían que verlo, no en ese momento de gloria y esplendor, sino que tenían que verlo en su muerte, porque ese era el principio de su Resurrección (…)

Dispongámonos para ver a Jesús. Dispongamos nuestro corazón para acompañarle. Pongamos nuestras personas a los pies de Cristo, y que Cristo camine sobre nosotros, y nos muestre dónde está la verdad, y dónde está la vida. 

Estamos aquí porque queremos ver a Jesús. Dispongamos nuestro corazón para verlo, pero levantemos nuestra mirada. Jesús está en la Cruz. Jesús es el Dios Crucificado, ahí comienza el Reino, ahí comienza el misterio de la esperanza. Nosotros queremos ver a Jesús; que Jesús nos enseñe en estos días a dejar fijos nuestros ojos en la Cruz del Crucificado. Entonces sí podremos descubrir después el esplendor de su gloria, desde la gracia de la Resurrección. 

(Extracto meditación del P. Fosbery, Reflexiones sobre textos del Evangelio de San Juan, vol. III, págs. 100- 105)

Te invito a rezar

¿Quién es este que viene,

recién atardecido,

cubierto con su sangre

como un varón que pisa los racimos?

 

Éste es Cristo, el Señor,

convocado a la muerte,

glorificado en la resurrección.

 

¿Quién es este que vuelve,

glorioso y malherido,

y, a precio de su muerte,

compra la paz y libra a los cautivos?

 

Éste es Cristo, el Señor,

convocado a la muerte,

glorificado en la resurrección.

 

Se durmió con los muertos,

y reina entre los vivos;

no le venció la fosa,

porque el Señor sostuvo a su Elegido.

 

Éste es Cristo, el Señor,

convocado a la muerte,

glorificado en la resurrección.

 

Anunciad a los pueblos

qué habéis visto y oído;

aclamad al que viene

como la paz, bajo un clamor de olivos. Amén

Comparte esto