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Cuaresma

Jesús le respondió: «El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que Yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que Yo le daré  se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna.»

Jn. 4, 13-14.

rezando frente al altar

Te invito a leer

Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Siccar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado en el camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía.

Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: “Dame de beber.”

Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos. La samaritana respondió: “¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.

Jesús le respondió: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: “Dame de beber” tú misma se lo hubieras pedido y Él te habría dado agua viva”.

“Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?”

Jesús le respondió: “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que Yo le deré, nunca más volverá a tener sed. El agua que Yo le daré se convertirá en manantial que brotará hasta la Vida eterna.”

“Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla.” “Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar.”

Jesús le respondió: “Créeme, mujer, que llega la hora en que ni en eta montaña ni en Jerusalén ustedes adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad.”

La mujer le dijo: “Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo.”

Jesús le respondió: “Soy yo, el que habla contigo.” Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en Él. Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y Él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en Él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que ÉL es verdaderamente el salvador del mundo.”

Palabra de Dios.

Te invito a meditar

¡La oferta del agua viva que el hombre necesita!

La samaritana viene a sacar agua al pozo de Jacob. El pozo contiene agua viva, porque no es de cisterna sino de manantial. 

El diálogo entre Jesús y la samaritana se desarrolla a partir de un estilo peculiar de Juan: el “malentendido”. El tema es el agua viva. La samaritana persiste en pensar en el agua del pozo y Jesús la quiere conducir pedagógicamente a otro mundo de realidades. Y esta realidad que le promete es doble: Jesús mismo es la fuente de agua viva (Sabiduría) y fuente de vida para ofrecer a los hombres su verdadera significación y sentido. Y también es agua viva el Don que es el Espíritu Santo. La samaritana no acaba de entender. La revelación de Jesús se dirige a dar sentido a la existencia del hombre. ¡El verdadero culto desde la intimidad del hombre guiado por el Espíritu! 

Ante la incomprensión de la samaritana, Jesús le indica que vaya a llamar a su marido. El evangelista, que piensa en arameo aunque escriba en griego, juega con el término “marido” (ba`al) que se utilizaba antiguamente para indicar también a los “dioses falsos” (be`alim significa esposo y el dios Ba´ál). Y ahí radica el dramatismo y el contraste de las expresiones: Samaría adora a cinco dioses falsos y al que adora ahora no es el verdadero. Se sintetiza toda una etapa de la historia de la salvación. 

Juan recuerda la teología de Oseas y la experiencia de salvación del pueblo de Israel. Una llamada a la fidelidad sincera con el verdadero Dios. ¡Jesús es el Profeta que conoce la intimidad humana! La samaritana se asombra. No está dialogando con un simple judío, frente al que siente escrúpulos como mujer y como samaritana, sino que es un profeta. Y en su pueblo se espera a un profeta semejante a Moisés. ¿Dónde hay que adorar al verdadero Dios? Y se esperaba que el profeta zanjase con autoridad divina esta cuestión y Jesús lo hace llevándola a otro campo de reflexión. ¡Credibilidad del testimonio que conduce a Jesús! 

El resto de la lectura plantea un serio problema que se podría sintetizar en este interrogante que se hacían los creyentes a finales del siglo I: ¿cómo se encuentra el creyente con Jesús?, ¿cómo tienen acceso a ese encuentro? Los samaritanos, apoyados en el testimonio de la samaritana, corren al encuentro del profeta a quien pueden escuchar. El testimonio de la samaritana era necesario, pero ha cumplido ya su misión: encontrarse personalmente con el profeta que accede a permanecer con ellos dos días. La escucha de la palabra de Jesús les impulsa a confesarle como “Salvador del mundo”.

El relato, altamente dramático, comienza reconociendo que Jesús comparte nuestra debilidad en todo menos en el pecado, se desarrolla en un encuentro delicado y profundo con nuestra situación humana (simbolizada en la samaritana) y culmina ofreciendo una gran seguridad a los hombres de todos los tiempos abriendo puertas y rompiendo todas las fronteras de división porque el Dios que le ha enviado es el Padre de todos los hombres. Los samaritanos reconocen en él al Salvador de todo el mundo.

Te invito a rezar

La Cuaresma nos empuja a revisar nuestra relación con Dios… ¿Qué significa Él en mi vida, en este momento concreto? ¿Qué papel le doy en todo lo que vivo? Puedo agradecerle sin temor el hecho de que Él habite en mí…

¿No necesitará mi experiencia religiosa, mi relación con Dios, algún empuje? ¿Qué me frena? El miedo a vivir la fe y expresarla en contextos adversos, mi propia falta de conciencia ante Él, alguna herida personal, la dificultad para profundizar…

O puede ser que me haga consciente de que mi relación con Dios tiene mucho de estructura, pero poco de experiencia. Si es así, ¿por qué lo he sustituido?  Tal vez por normas morales excesivamente interiorizadas (y a veces culpabilizadoras), por preceptos venidos de una educación rígida, por una fe que no entiende que debe hacerse carne en mi vida real y concreta. 

Jesús nos invita, a veces, a “destruir” aquello que dificulta el encuentro personal. Él quiere hacerse presente en este tiempo especial como Aquel Amigo que está llamando la puerta, que sale a nuestro encuentro, que busca nuestra amistad:

Te invitamos a rezar esta oración: 

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!

¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!

(Lope de Vega)

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