“Hoy miramos a María y vemos la meta. Vemos que una criatura ha sido asunta a la gloria de Jesucristo resucitado, y esa criatura sólo podía ser ella, la Madre del Redentor”.
Papa Francisco
Por aquellos días, María se levantó y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y cuando oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando en voz alta, dijo:
—Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme? Pues en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno; y bienaventurada tú, que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor.
María exclamó:
—Proclama mi alma las grandezas del Señor,
y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador:
porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava;
por eso desde ahora me llamarán bienaventurada todas las
generaciones.
Porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso,
cuyo nombre es Santo;
su misericordia se derrama de generación en generación
sobre los que le temen.
Manifestó el poder de su brazo,
dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó de su trono a los poderosos
y ensalzó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos
y a los ricos los despidió vacíos.
Protegió a Israel su siervo,
recordando su misericordia,
como había prometido a nuestros padres,
en favor de Abraham y su descendencia para siempre.
María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.
Palabra de Dios.
La Virgen se durmió, decían los Santos Padres, se durmió y cuando despertó su cuerpo ya no era el de siempre.El cuerpo suyo estaba de tal manera transfigurado, que era otra realidad, era un cuerpo impasible. No estaba dominado por las categorías de espacio y tiempo, era un cuerpo glorificado, un cuerpo glorioso.
La Virgen estaba para siempre y definitivamente, en contemplación perfecta del misterio de Dios como verdad. La Virgen estaba instalada desde siempre y para siempre , en el misterio de la caridad y del amor de Dios. Su voluntad estaba ya fija en la verdad de Dios. Sus apetitos y afectos estaban entregados, estaban insertos en el misterio de alabanza y de glorificación al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Su cuerpo lleno de gracia desde su misma concepción, estuvo siempre preparado para eso.
¿Y por qué nos va a asombrar este milagro? ¿Acaso no era Ella la elegida para ser la Madre de Dios? ¿Por qué nos va a asombrar el misterio de la Asunción de la Virgen a los Cielos?
Es como el final, el complemento final de ese proceso de elección privilegiada que hizo el Señor de la Virgen, para que sea la Madre de Dios. A partir de la Maternidad Divina, todos los privilegios que podamos decir de la Virgen, son pocos, porque fue nada más y nada menos que la Madre del Verbo Encarnado.
Pero la Virgen, a su vez, era uno de los nuestros. Entonces Ella se transforma en el modelo y paradigma de nuestra propia vida. Nosotros también somos llamados a la glorificación de nuestro cuerpo, que también va a ser impasible en el cielo; nuestro cuerpo será resplandeciente en la presencia de Dios. Eso es nuestro destino final. La Virgen la primera, detrás de la Virgen, nosotros.
Hermosa fiesta que nos da esperanza. El Papa Francisco lo expresa así: “Nosotros estamos en camino, peregrinos a la casa de allá arriba. Hoy miramos a María y vemos la meta. Vemos que una criatura ha sido asunta a la gloria de Jesucristo resucitado, y esa criatura sólo podía ser ella, la Madre del Redentor”.
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Papa Francisco, Ángelus, 15 de agosto de 2019.
Fr. Aníbal Fosbery, María, Madre de Dios y Madre nuestra, pág 197.
Dios te salve, Reina y Señora nuestra. Dios te salve, a Ti llamamos nosotros, los desterrados hijos de Eva. A Ti suspiramos gimiendo y llorando en medio del agobio de las cosas y de la vida, en este valle de lágrimas. Vuelve a nosotros querida Madre, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos. Míranos de nuevo Virgen Santísima, como nos miraste cuando nos bautizaron, como nos miraste cuando tomamos la primera comunión, como nos miras y nos sigues mirando en cada situación difícil de la vida. Vuelve a nosotros esos, tus ojos misericordiosos y después de esta peregrinación, de este destierro, de esta prueba , muéstranos a Jesús. Muéstranos al Señor; Oh bendita, Santísima Virgen María, muéstranos a Jesús y que Él nos partícipe de su gloria. Amén.