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Vale quien sirve, y servir es un honor

Testimonio de Alejandro Campos en la comunidad de Fasta San Antonio

Durante su visita a la comunidad de Fasta San Antonio, Alejandro Campos compartió un emotivo testimonio en el que recordó enseñanzas del Fundador, símbolos del carisma y aspectos esenciales de nuestra vocación miliciana. Con palabras sencillas y hondas, animó a los presentes a redescubrir el sentido del servicio, la alegría y el fervor como parte de nuestro estilo de vida cristiano.

Hoy es un día especial porque se inaugura oficialmente el escudo, una hermosa figura que representa nuestra identidad. Y en ese escudo aparecen tres flechitas que nos acompañan desde los inicios de nuestra historia, desde el nacimiento de nuestra obra en 1962. Tres flechas que forman una cruz, como nos enseñaba el Padre Fosbery: representan las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y —la más larga de todas, la caridad— el amor.

Estas flechas, que en la grafía medieval simbolizaban al hombre, están tensadas hacia lo alto, hacia el cielo. Somos esas flechas que apuntan a Dios. Somos parte de una gran comunidad dentro de la Iglesia, que el Padre Fosbery llamaba la Ciudad Miliciana: comunidades grandes y pequeñas, colegios, universidades, grupos de jóvenes, obras diversas. Ninguna más importante que otra, todas son necesarias.

Recuerdo lo que me dijo un viejo profesor en el colegio: “Si un solo alumno descubre la verdad, todo el esfuerzo de mi vida habrá valido la pena”. Que una persona descubra el amor justifica toda una vida de entrega.

Eso somos nosotros: una comunidad que reza, que se forma, que vive la fe al estilo dominicano, como nos enseñó Santo Domingo. No necesitamos todos estudiar teología, pero sí saber dar razón de nuestra fe. Saber por qué creemos en la vida eterna, por qué creemos que nuestra vida tiene un sentido si estamos unidos al Señor. Esa pequeña respuesta puede cambiar nuestra vida.

Reflexionar sobre lo que pasa en nuestro entorno también es parte de nuestro destino: no desentendernos de lo que ocurre. Preguntarnos por qué la política va en cierta dirección, qué está pasando con las luchas culturales. Todo eso también es testimonio cristiano.

El Fundador nos dejó algunas consignas claras. Una de ellas: somos milicianos, hombres y mujeres convencidos de nuestra fe, capaces de dar testimonio en la vida diaria, no con gestos extraordinarios, sino en lo cotidiano —en casa, en el trabajo—. Ahí hay santidad. Y esa santidad tiene un tono: la alegría.

La alegría es la sal de nuestro estilo. Aunque haya dolores, dificultades, la alegría es la expresión de la esperanza. Somos personas que transmitimos alegría, consuelo y paz.

Otra consigna que nos enseñó el Fundador: vale quien sirve, y servir es un honor. Servir es desprenderme de mí mismo para acompañarte, ayudarte. No se trata de buscar recompensas, sino de imitar a Cristo, que no buscó gloria en la cruz, sino dar su vida por amor.

También nos enseñó a amar lo heroico y lo difícil. No porque queramos sufrir, sino porque no rehuimos a los desafíos. Luchamos por la justicia con amor cristiano, aunque eso implique sacrificios. A veces, dar testimonio cuesta. Es más fácil mimetizarse con el mundo, no incomodar. Pero nuestro llamado es a hablar con claridad, con prudencia y con caridad. Sin romper puertas, pero con firmeza.

El Fundador predicó un retiro en 1975 sobre el valor. Hay una oración suya que dice: Señor, infúndenos valor. Ese texto está en unos viejos cassettes. Escuchar su voz joven hablando del valor, del coraje cristiano, sigue siendo conmovedor. Somos valientes. Damos testimonio de vida cristiana. Y uno de los testimonios más difíciles hoy es el de la esperanza.

El mundo está cargado de angustia, de desesperanza. Hay personas que creen estar bien, pero han perdido el rumbo. Por eso, dar testimonio de esperanza, de amor, de fervor, es tan necesario.

El fervor viene de hervir. En nuestro interior tiene que hervir ese mensaje del Señor, ese bien que descubrimos y queremos compartir. Con paciencia, con amor, con buena fe. No se trata de teorías o construcciones abstractas. Es con mi vida concreta que doy testimonio. Mi vida es el mensaje.

El primer testimonio es cómo me comporto con el prójimo, qué transmito, qué reflejo de Dios llega a los demás a través mío. No con argumentos, sino con mi vida cotidiana, con lo que soy.

Ese fervor es lo que quiero compartir con ustedes.

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